06|una sorpresa agria.

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06 |UNA SORPRESA AGRIA

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06 |UNA SORPRESA AGRIA.







EL VEHÍCULO DEL DETECTIVE HALSTEAD DERRAPABA EN CADA ESQUINA EN LA QUE DEBÍAN DOBLAR. Se producía un chirriante sonido entre las ruedas y el pavimento, llamando la atención de varios transeúntes. Aunque, a decir verdad, Camille iba sucumbida en su propio trance. Normalmente protestaría ante la exagerada velocidad que tomaban, pero se encontraba demasiado ansiosa como para pensar en eso justo ahora.
Jay lo había notado. De vez en cuando su mirada viajaba hasta la castaña, y allí la observaba por escasos segundos, como si quisiera comprobar que todo se encuentre en orden -en las medidas que la situación prestaba- para luego regresar su atención al camino.

La mujer presionaba con fuerza el asiento debajo de ella, intentando calmar los nervios que la atinorraban en estos momentos. Sus labios se mantenían juntos, en una delgada línea. Y sus ojos observaban hacia adelante, buscando encontrar, finalmente, la pastelería.

Ni siquiera supo cuánto tiempo había pasado desde que se montaron en el coche, tranquilamente podrían haber sido cinco minutos o diez largas horas. Sin embargo, su corazón dió un vuelco de alivio al divisar su familiar esquina. Más, todo ese alivio se disipó rápidamente cuando advirtió la cantidad de movimiento alrededor del sitio; patrullas policiales portando sus encandilantes luces rojas y azules, un sinfín de personas uniformadas rondando deliberadamente por el lugar, y la unidad del sargento Hank Voight junto a sus vehículos negros.

Apenas se detuvo el coche, le importó muy poco los clamos de Jay hacia su nombre, ya que saltó al pavimento y emprendió una acelerada correteada hasta el local. No iba a mentir, estar en esta situación le causaba náuseas, pero el anhelo de arribar a la pastelería pesaba más.

Un fornido hombre uniformado de azul logró sostenerla por los hombros antes de que ella sea capaz de atravesar la cinta de "no pasar", al ritmo de unas palabras de advertencia.

—Oye, está bien... —afirmó Jay, por detrás de la mujer, enseñándole su placa al otro oficial. Éste último accedió, y cuando quiso darse cuenta, la castaña ya se había escabullido hasta el centro del desastre.

Los ojos de Camille recayeron, primero, sobre uno de los ventanales, que ahora mismo se encontraba completamente destrozado, dejando a la vista unas amenazantes puntas filosas. Un jadeo escapó de sus labios, más, no detuvo el paso. Siguió avanzando, para encontrarse con la puerta de entrada torcida, y también con el cristal hecho trizas. Ahora, tragó con dureza, todavía le costaba salir del estado de shock. Por último, se dirigió hasta adentro, en donde la angustia trepó por su garganta, formando un nudo en ella, amenazante de lágrimas.
Sería correcto decir que todo se encontraba arruinado; las sillas estaban esparcidas por todo el lugar, al igual que las mesas, el mostrador donde antes solían servirse los dulces, se cubría de vidrios y envases rotos en su totalidad.

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