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𝔓𝔯𝔬́𝔩𝔬𝔤𝔬
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El verano en la mansión Beaumont se desplegaba como un océano de elegancia fría y silenciosa. En los altos salones, la luz dorada se filtraba a través de las pesadas cortinas, bañando los antiguos retratos de generaciones pasadas en una calma espectral. Para muchos, la mansión representaba un refugio de tradición y orgullo; para Ashley, era un recordatorio constante de que el poder verdadero no residía solo en los linajes, sino en la voluntad de controlar su propio destino. Este verano no fue diferente, pero para ella, algo había cambiado profundamente desde el día en que había dejado Hogwarts.
El eco de lo sucedido durante su primer año todavía reverberaba en su mente, afilando su determinación, endureciendo su visión. No fue un verano de distracciones ni de simples placeres. Mientras otros estudiantes disfrutaban de la despreocupación de los días soleados, Ashley se sumergía en textos antiguos, dedicándose al estudio de materias que iban más allá del currículo escolar. Artes Oscuras, pociones avanzadas, la teoría del control de la magia... cada página, cada hechizo aprendido, la acercaba más a una comprensión que no todos estaban preparados para enfrentar. Clara Quescamp seguía siendo una presencia en su vida a través de cartas crípticas y consejos que se leían más como desafíos.
Pero el verano no fue solo de estudios. Las frecuentes visitas a la mansión Malfoy se convirtieron en parte de su rutina, donde compartía veladas llenas de conversaciones calculadas y observaciones agudas. Lucius y Narcissa Malfoy eran expertos en el arte de la diplomacia disfrazada de cortesía, y a través de ellos, Ashley comenzaba a entender mejor cómo funcionaba el mundo mágico en sus niveles más altos: alianzas silenciosas, palabras con dobles intenciones, y una constante danza de poder que exigía sutileza y visión. Draco, por su parte, se había convertido en algo más que un compañero de casa; entre ellos se forjaba una alianza tácita, basada en una mezcla de respeto mutuo y una comprensión compartida de las expectativas que pesaban sobre sus nombres.
Sin embargo, en los momentos de soledad, cuando los pasillos de la mansión Beaumont quedaban en silencio, la sombra de lo ocurrido en Hogwarts volvía a envolverla. El corte en su cadera, esa marca que ahora llevaba en la piel como un recordatorio imborrable, ardía a veces con una sensación que no era dolor, sino un extraño hormigueo que le recorría la espalda, y era como si un leve aliento chocara contra esa zona, como un diminuto toque cálido, una caricia. La pregunta no era si todo aquello volvería a perseguirla, sino cuándo.
El segundo año se perfilaba ante ella como una prueba inevitable. Sabía que regresar a Hogwarts no sería como la primera vez. La inocencia del descubrimiento ya no estaba ahí; ahora, cada pasillo y cada mirada tenían un peso distinto, una posible amenaza o un aliado en potencia. No se trataba simplemente de sobresalir en las clases o mantener su reputación en Slytherin. Se trataba de estar preparada para lo que fuera que el destino, o quizás algo más oscuro, tuviera reservado para ella.
Había aprendido que en Hogwarts, la magia no era la única fuerza en juego. Las decisiones tomadas en silencio, las lealtades que se formaban sin palabras y los secretos que se ocultaban a plena vista eran los verdaderos motores de ese mundo. Y Ashley estaba decidida a no ser una simple pieza en ese tablero, sino alguien que entendiera cómo mover las fichas, cómo adelantarse a los riesgos y, llegado el momento, cómo tomar el control.
El verano había forjado en ella una nueva resolución. Volvería a Hogwarts con una mirada más aguda, con una mente más estratégica, y con una pregunta constante grabada en su mente: ¿hasta dónde estaba dispuesta a llegar para descubrir lo que otros temen saber?
El sol del verano se desvanecía lentamente, dando paso a una nueva etapa en su vida. Y en las sombras, donde siempre se encuentra la verdadera naturaleza del poder, Ashley sabía que su historia apenas comenzaba.
