Instituto de Winding River
Clase del 2010Bienvenidas Diez años después.
¿Se acordarán de cómo éramos?Sydney Leroux — Líder del club de la amistad. Se le eligió como «la que más posibilidades tiene de acabar en la cárcel». Se la conoce por haber sido la que pintó la torre del agua de color rosa y por hacer que la plantilla de profesores al completo se arrepintiera de haber elegido la docencia por profesión. Récord de la clase por arrestos.
Alexandra Krieger — Más conocida por «la soñadora». Se eligió como «la que más posibilidades tiene de ver el mundo». Miembro del club 4—H, de los clubes Español y Francés, y ganadora en la feria del campo del concurso del cerdo engrasado.
Alex Morgan — La chica más "sabrosa" de la clase. Se eligió como «la más popular» porque nadie de la ciudad sabe preparar mejor el pastel de chocolate doble. Miembro de las Amas de Casa de Estados Unidos. Ganadora de tres primeros premios en el concurso de elaboración de tartas y de cuatro en el de elaboración de pasteles de la feria del campo.
Julie Johnson — "Esa chica sabe cómo mover un bate". Se eligió como «la que más posibilidades tiene de ser la primera mujer en los Yanquis de Nueva York». Miembro del club de Debates, de la sociedad de Honor y presidenta del último curso.
Amy Williams — La chica con todas las respuestas. También se le conoce como «la chica a cuyo lado te gustaría estar un examen». Se eligió como «la que más posibilidades tiene de alcanzar el éxito». Fue la primera de la clase. Miembro de la sociedad de Honor, reina de rodeo infantil de la feria del campo y estrella de las obras de teatro del instituto.
Prólogo
El despacho del Café Toscana, en el Upper West Side de Manhattan, era poco mayor que un escobero. Tenía el espacio suficiente para contener un escritorio, una silla y una estantería repleta de libros de cocina, informes, menús y recetarios escritos a mano. En él solo podía entrar una persona cada vez, pero, en aquel momento, la sensación de claustrofobia que Alex Morgan sentía tenía más que ver con el documento legal que tenía entre las manos que con la falta de espacio.
—Lo mato —murmuró, mientras se le caía la citación judicial de entre los dedo— Como le ponga las manos encima a Bobby, lo mato.
Había conocido a Roberto Rinaldi cuando los dos estaban estudiando gastronomía en Italia. Bobby era un apasionado de la restauración y tenía un genio muy intuitivo para la cocina. La instantánea corriente de simpatía que había saltado entre ellos estaba más relacionada con la elaboración de salsas y los usos de la pasta que con el deseo.
Efectivamente, Alex no habría dejado que Bobby se acercara a su cama. Él era más veleidoso con las mujeres de lo que lo era con los ingredientes. Constantemente estaba experimentando con ambos. Se salía con la suya porque era encantador e imposible de resistir cuando tentaba a las féminas con suculentos platos o deliciosos besos. Al menos, eso era lo que decían sus muchas conquistas.
Alex había decidido no prestar atención alguna a sus insinuaciones románticas y se había concentrado en sus habilidades en la cocina. Él era el chef más creativo que había conocido a lo largo de sus estudios, lo que era decir mucho.
Después de renunciar a ir a la universidad, había estudiado en algunas de las mejores escuelas gastronómicas de Europa. Aunque le encantaba la cocina francesa, era la italiana la que le llegaba al alma. Tal vez era genético, o tal vez no, pero la primera vez que se había metido en una cocina en Roma, el aroma a ajo, tomates y aceite de oliva la había hecho sentirse como en su casa.
Para Bobby había sido igual o, al menos, eso era lo que decía él.Cinco años atrás, cuanto terminó un curso de un año de duración en Italia, habían acordado formar una sociedad, buscar inversores entre los contactos de Bobby y abrir un restaurante en Nueva York. Habían tardado otro año en hacer realidad su sueño, pero había merecido la pena, a pesar de los sacrificios económicos y de las largas noches rascando pintura y lijando suelos. El Café Toscana había sido un sueño para ambos.
Aparentemente, también lo había sido el plan de Bobby para hacerse muy rico rápidamente. Según la citación que había recibido hacía una hora, Bobby no solo había malversado los fondos del restaurante, sino que había robado también a los que los habían apoyado. Un cheque de la cuenta del café, que se había extendido hacía unos minutos, confirmaba lo peor. Las arcas estaban vacías y se debía el alquiler y los pagos de los albaranes de la mayoría de sus proveedores.
Alex no podía culpar a nadie más que a sí misma por el desastre. Había dejado que Bobby se hiciera cargo de las cuentas del café porque a ella le interesaba más la cocina y el marketing que las cuentas. Resultaba humillante el hecho de que una persona ajena a todo, una abogada que representaba a los inversores a los que supuestamente se había estafado, conociera mejor el estado de las cuentas que ella misma. No parecía importar que hubiera sido ella la que había hecho prosperar el negocio. Parecía ser tan culpable como el hombre que se había escapado con el dinero. Al menos, eso parecía lo que implicaba aquella citación.
Alex pensó en todo lo que había sacrificado para crear el Café Toscana, lo que incluía su vida personal. Sin embargo, había merecido la pena. Con el empuje de una de sus antiguas compañeras de instituto, la superestrella Amy Williams, había conseguido que el Café Toscana fuera uno de los restaurantes más conocidos en una ciudad donde abundaban los establecimientos de calidad. Las mejores mesas se reservaban con semanas de antelación y en las fechas señaladas no cabía ni un alfiler. A los famosos les gustaba que se les viera allí y su presencia nunca pasaba desapercibida en los periódicos del día siguiente. En los acontecimientos que se celebraban allí el éxito estaba asegurado y cada uno de ellos acarreaba nuevas reservas que mantenían a Alex ocupada de la noche a la mañana.
Entonces, ¿dónde había ido todo el dinero? Sin duda, a los bolsillos de Bobby.
Cuando llamó a la casa de su socio, un carísimo apartamento del Upper East Side, había descubierto que la línea estaba desconectada.
Tampoco respondía al teléfono móvil. Bobby había huido. ¡Canalla!
Porque ella, la abogada Tobin Heath, le seguía la pista. Aparentemente, estaba convencida de que Alex formaba parte del plan en vez de ser una más de sus víctimas.
Sentada a la mesa, Alex se dio cuenta de que su sueño no solo se terminaba, sino que se hacía pedazos. A menos que pudiera conseguir dinero, mucho dinero, tendría que declararse en quiebra y cerrar el Café Toscana.
—Tengo que pensar —susurró.
Decidió que no iba a hacer nada allí metida. Necesitaba aire fresco y espacios abiertos.
Tenía que marcharse a casa, a Winding River, Wyoming.
Podría dejar el restaurante en las capaces manos de su ayudante durante una semana o dos. Podría llamar a Heath para que pospusiera la declaración hasta algún momento del siglo próximo.
La reunión de antiguos alumnos del instituto le proporcionaba la excusa que necesitaba. Sus amigas, las indomables componentes del Club de las Cinco Amigas, lograrían levantarle el ánimo. Si se decidía a pedirles consejo, ellas se lo darían. Amy estaría dispuesta a extenderle un cheque para sacarla momentáneamente del apuro, Julie le daría consejo legal y Ali y Sydney encontrarían algún modo de alegrarla.
Alex suspiró.
Todas ellas harían eso y mucho más si ella se decidía a contarles el lío en el que estaba metida. Incluso podrían prestarle una pistola que podría utilizar si volvía a ver a Roberto Rinaldi.
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¿Culpable o Inocente? (Cinco Amigas 03)
FanfictionAlex Morgan estaba huyendo de sus problemas y necesitaba el apoyo de sus viejas amigas. Pero parecía que los problemas la habían seguido hasta su casa de Winding River. La abogada Tobin Heath había seguido su rastro desde la ciudad y no tenía la...