Capítulo 8: End Of The Day

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Robin y Anne tenían la atención enfocada en el torbellino de rizos achocolatados que se desplazaba a grandes zancadas de un rincón a otro de la casa, a veces hacía paradas en unos puntos para asegurarse de que todo estuviera en orden o de que no se estuviera olvidando de algún detalle. El chico dio vueltas sobre su eje varias veces en la sala de estar antes de ser capaz de recordar qué era lo que estaba buscando, o siquiera qué pretendía pareciendo un obseso de los minúsculos detalles. 

Era su teléfono, ese mentado y escurridizo artilugio que ya se le había perdido tantas veces pero que jamás le había alarmado tanto como en ese momento. Cuando recordó que estaba en modo vibrador y que sería imposible escuchar las notificaciones por poco se estampó la frente con la pared más cercana. Quería culpar a Gemma, ojalá la responsabilidad recayera en ella, pero ya había regresado a la universidad así que sería físicamente imposible.

Se agachó sobre sus rodillas y manos frente a un sillón y asomó la nariz por la rendija entre el mueble y el suelo, ocasionando un par de risas reprimidas por parte de los adultos.

—Cariño, puedes llamarles desde el mío mientras, si quieres—le propuso Anne.

Fue aún más cómico ver su cabeza alzarse cual suricata alerta, con una expresión casi indignada.

—No puedo hacer eso, necesito mi celular—formó un puchero caprichoso—. Les dije a los chicos que si tenían una emergencia o si no sabían cómo llegar me llamaran.

Anne rodó los ojos.

—Sus padres tienen mi número, si eso pasa pueden contactarme.

—¡No es lo mismo!—protestó en tono de berrinche.

Harry se frotó el rostro con ambas manos ante la impotencia, no era como si pudiera decirle que los mensajes de uno de sus compañeros de banda en particular eran su prioridad. Se levantó sin ánimo y dio fuertes pisadas hacia las escaleras que daban a la planta alta, ante la mirada divertida de Robin y una boquiabierta Anne.

—No te rías—le espetó la mujer a su novio, quien se aprovechó de la ausencia de Harry para mofarse de su infantilidad—. Mi hijo está enloqueciendo por un celular y acabará por quitarme la poca cordura que me queda a mí también.

Ahora la risita de Robin se volvió una carcajada que incitó al entrecejo de Anne a fruncirse.

—Oh, Annie, ¿de verdad piensas que es el celular lo que lo tiene así?—arqueó una ceja y le dedicó una sonrisa ladina.

—Es lo que acaba de demostrar, sí—respondió, pero le tomó unos segundos comenzar a analizar la insinuación—. ¿Qué más podría tenerlo así de... tenso?

El hombre la tomó suavemente de los hombros para direccionar su total atención a él.

—Está nervioso porque teme no darle una buena impresión a sus compañeros de banda, han sido demasiadas emociones para él en muy poco tiempo y no quiere defraudar a absolutamente nadie, ni siquiera a sí mismo—Anne pudo sentirse ofendida por el hecho de que su novio conociera mejor el estado emocional de su hijo que ella misma, pero en su lugar la conmoción le llenó el pecho—. Además, siendo justos con la angustia de su celular extraviado, hay un chico en particular al que es especialmente apegado y del que no puede apartarse ni siquiera por mensajes, es lógico que vea esto como el fin del mundo.

La mirada cómplice que compartió la pareja comunicó más de lo que el verbo podría haber hecho: Anne sabía perfectamente a quién se refería Robin, y, con una sonrisa afable y la forma en la que se fundió entre sus brazos, le externó que eso no le molestaba en lo absoluto.

Para nadie había pasado desapercibida la escena de días atrás en la final de bootcamp, esa que había dejado a más de uno estupefacto, como si la noticia de que los chicos irían a Barbados en un mes no hubiera sido suficientemente fuerte. El apretado y conmovedor abrazo, junto con las actitudes consiguientes y la obsesión del índigo y el verde por unirse en la invisible luz alrededor de ambos, habían desatado una ola de teorías por parte de aquellos con agudo sentido de la observación, como lo era Robin.

When green and blue collideDonde viven las historias. Descúbrelo ahora