CAPÍTULO TRES

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La última vez que tuvo las palmas húmedas por el nerviosismo, fue antes de enfrentarse al cambio del Steve Rogers flacucho y enfermizo, al Steve Rogers que era a ese día.

Y en ese momento a sólo unos metros del Temptation, el tan valeroso Capitán América estaba a punto de vomitar; Temía olvidarse de la rutina en medio de un ataque de pánico escénico y mandar la operación, además de todo el trabajo de sus amigos, a la basura.

—Relájate Cap... todo saldrá bien. Incluso si lo haces mal, las mujeres estarán demasiado distraídas con el cuerpo que Erskine te regaló, como para darse cuenta.

Steve resopló, Tony creía que todo era un juego.

—Gracias, automáticamente se desvanecieron mis nervios.

—Un placer ayudar a un amigo en desgracia— Stark impactó su puño contra el brazo de Rogers, antes de que el rubio saliera de la van disfrazada de Delivery de donas— ¡Haz que se les caigan las bragas! ¡Hazme sentir orgulloso!

Cerciorándose de que nadie le hubiera visto bajar del vehículo, luego de suspirar con resignación, comenzó el camino hacia su pequeño infierno, aferrándose con fuerza a la correa de la maleta que llevaba al hombro.

Al llegar a la puerta para empleados que estaba a un costado del edificio, hizo el amago de tocar sobre la superficie, pero antes, esta se abrió para dar paso a una pelirroja que le veía con curiosidad.

Podía decir que era una de las chicas más lindas que había visto desde que le sacaron del hielo un par de años atrás, o tal vez era que se había recluido en sí mismo y no había tomado el tiempo para salir y buscar ese alguien especial del que siempre hablaba Sam; Eran un montón de cosas que tenía que tener a consideración... y probablemente terminaría sopesando los peligros a los que una mujer pudiera enfrentarse si salía con él, lo que realmente le hacía retractarse y al final, dejar de lado la compañía femenina.

En fin, sus nervios, más tener que enfrentarse a una chica guapa, hacía que todo fuera un poco más complicado. Sacudió la cabeza, dejándose de tonterías y se presentó.

—Hola, soy Steve, Steve Ro...— Por poco arruina su cubierta. No eres un novato, se dijo a si mismo, deteniendo el fuerte deseo de golpear su rostro con la palma de su mano— Steve Rodríguez.

—No tienes cara de Rodríguez— escuchó decir a la chica, que dejando la puerta entreabierta, salió para colocarse cerca de la entrada, recargando la espalda contra la pared y después encender un cigarrillo. Le observó detenidamente de los pies a la cabeza y después de soltar la primera bocanada, continuó— ¿Supongo que serás el resultado de la mezcla perfecta de un Ángel y un latino?

Steve sintió su cara arder.

—Abuelo paterno puertorriqueño— Balbuceó intentando arreglar el desastre.

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