Ta-er al-Sahfer

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                           HACE 5 AÑOS. Nanda Parbat

Sara se encontraba desplomada sobre el frío suelo, inconsciente. En sus sueños, aún podía imaginarse volviendo a su casa, luego de que el Gambit embarcara en Starling City. Bajaría de aquel yate con un nuevo collar de diamantes, se despediría de Oliver para siempre con un largo beso bajo las cálidas luces del atardecer, y volvería a su casa, junto con su familia. Laurel nunca se enteraría de como su hermana la había traicionado; de igual forma, en cualquier momento ella sufriría por Oliver, él no era un chico malo, pero tampoco era de esos que sabían como no lastimar a las personas que lo aman. Sara sonreía, era feliz en sus fantasías. 

Pero el accidente volvía a su mente. Ella caía al inmenso océano, olvidada por siempre. Una fría oleada de agua, la cubrió de repente, y con bruscos movimientos despertó de su somnolencia. Volvió la vista hacia arriba, para notar que allí se encontraba la mujer que había querido ayudarla, mirándola cálida, fraternalmente. Era escoltada por dos hombre vestidos de negro, y con unos oscuros retazos de tela cubriendo sus rostros.

Sara buscó nuevamente los ojos de aquella que le había ayudado en un principio; y en cuanto quiso levantar su mano, en señal de sumisión, notó sorprendida, que se encontraba atada de manos. Intentó forzar sus ataduras, frente a la mirada de los mismo captores, pero fue inútil. La joven Nyssa se lamentaba que tan delicada mujer tenga la desgracia de conocer a su padre, el Cabeza de Demonio, el legendario R'as al Ghul. Ésta hizo un gesto con la mano, y los hombres a su lado se acercaron a Sara, la tomaron ambos de cada brazo y la pusieron de pie, al notar resistencia de su parte queriéndola hacer avanzar, comenzaron a arrastrarla por la gélida tierra que lastimaba sus pies.

- ¿ Adónde me llevan? Por favor... Por favor déjenme ir - Gritaba sin apartar su rostro de la visión de Nyssa con expresión suplicante. La pobre Nyssa apartó la mirada, negándose a sentir lo que estaba sucediendo en su interior. Negándose a sentir lástima, compasión o piedad, después de todo, nadie lo había hecho por ella.

Sara fue liberada frente a un majestuoso trono, en el cual reposaba con postura eminente, un imponente y fornido hombre con el torso desnudo. Su rostro estaba cubierto por una pavorosa máscara, que parecía confeccionada a partir del cráneo de un carnero de largos cuernos, al que le habían adosado incontables piedras albinas y rústicas; y terminaba en un paño que parecía ser muy suave y de color rojizo, escarlata que cubría su cuello.

Aquel hombre hizo un ademán con su mano izquierda, y dos hombres se acercaron, uno a cada lado del mismo, quienes lentamente comenzaron a develar la cara de quien sería su líder. Su rostro quedó al descubierto y todos se inclinaron en una reverencia. Sara seguía mirando fijamente a aquel que la había nockeado, y traído hasta aquí contra su voluntad.

Un hombre se acercó a sus espaldas y pateó su pierna, detrás de su rodilla, para que esta se arrodillara. Sara miró desafiante a aquel que la había atacado estando desprevenida. Aquel pronunció algo que no entendía puesto que no lo dijo en inglés, y su mirada era aún más firme que la de Sara. Aquel hombre volvió a pronunciar aquella frase inentendible para ella, y sus ojos se llenaron de furia. Justo en el momento en el que levantó su brazo para asestarle un  golpe, aquel hombre que lo observaba todo desde su trono, con una simple palabra detuvo a aquel hombre que castigaría la impertinencia de Sara. El súbdito bajó la cabeza y se alejó unos pasos hacia atrás fuera del campo de visión de Sara.

Aquel mandamás se irguió de su asiento y comenzó a caminar lentamente en dirección a Sara. Otro de sus plebeyos se acercó con un gran y pesado manto color verde cazador, se lo colocó muy delicadamente, tratando de no entorpecer su paso; y al terminar de ponerlo, hizo un breve acatamiento demostrando su respeto y se alejó.

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