Capítulo 8.

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Al día siguiente, Alex se levantó e instantáneamente se conectó en el chat para ver si Allie estaba ahí, necesitaba hablar con ella pero lo extraño fue que al buscarla… Su cuenta ya estaba cerrada.

No esperó un segundo, no dijo excusas a su familia, tan solo se fue de vuelta a la casa de su… ¿amiga?

Llegó luego de unos minutos, la casa estaba abierta y de ella salió Louise llorando, le llamó la atención de que tuviera las manos lastimadas. No esperó y se acercó a preguntar por Allie.

–¿Qué te pasó? –se acercó a ella, poniendo sus manos por los hombros. –Louise, ¿dónde está Allie?

–Se la llevaron. –volvió a romper en llanto. –Es mi culpa.

Y ahí cayó en el “No te preocupes si desaparezco”-

–No lo entiendo, Louise. –bajó la mirada totalmente confundido–. ¿Dónde? Explícate.

–Allie tuvo un ataque, un ataque psicótico y me atacó, gritándome demasiadas cosas horribles…  No puedo explicarlo, pero los que se la llevaron dicen que tiene algo que la hace ser suicida y ella solamente explotó, Alex… sabes que lo lamento, siento que es mi culpa. –se alejó de él y luego vio que salía por detrás la señora Miller.

Charló por unos minutos, ella  le contó todo lo sucedido más una larga explicación de aquel problema mental el cuál fue causado por el rechazo de su familia y los problemas de amistad.

Todo era su culpa. Nunca debió irse de su lado y dejarla sola con su primo.

«Idiota,idiota» se repetía a sí mismo, subiendo al auto de la mamá de Allie, si bien había costado convencerla, aceptó llevarlo.

Louise iba junto a él, todavía seguía llorando de culpa. La abrazó para calmarla aunque fuera imposible, no se lo merecía… Siempre pensó que ella era demasiado mala con su hermana, que nunca se la merecería.

Las puertas claramente decían “Asilo de Manhattan”, pero se habían olvidado de aclarar que eran para personas en pésimo estado mental.

Bajaron guiadas por el doctor que seguramente había ayudado a Allie.

–¿Quién entrará? –preguntó el doctor, mirando a su familia y luego al desconocido chico. –Recomiendo que sea alguien que no sea de su familia.

–Yo soy su amigo. –soltó Alex al momento.

–Bien, por aquí. –lo guió por un pasillo hasta que llegaron a una habitación aislada y con un espejo.

Allie se encontraba ahí, tenía en sus brazos demasiadas heridas y su rostro tenía un severo golpe en la parte de la mejilla, podía observar la cicatriz desde tanta distancia. Él podía verla, pero ella a él no.

Le dieron la orden y se dignó a entrar a verla.

–Allie… –dijo mientras cerraba la puerta.

Ella levantó la mirada, todavía seguía llorando desde hacía horas interminables para ambos, no le respondió y solo le entregó un dibujo de los dos en cuál, se podía apreciar esa infancia perdida. 

Suicida en negroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora