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-Catania-

Me quedo mirando fijamente las llamas de fuego que danzan dentro de la gran chimenea del salón.

Es una mañana fría, casi tétrica. Ese tipo de frío insoportable por más que uno se abrigue de la mejor forma que puede siempre se escurre y nos congela.

Son las siete de la mañana, desperté hace unos minutos con un escalofrío horrible y un mal presentimiento.

Miro el techo suplicando que no le pase nada a mi abuelo. Siempre que tengo mal presentimiento cosas malas suceden, cosas horribles.

Ya faltan tres días para mi cumpleaños número veinte, no quiero que nada pase, el es la única familia que me queda, el fue quien me crió desde los dos años de edad, cuando mis padres fueron asesinados cruelmente por alguien que todavía no ha pagado.

Soplo el café caliente recién hecho que tengo entre mis manos, tomo el primer sorbo y el calor envuelve mi cuerpo, y cuando menos lo pienso ya me lo terminé y camino a la cocina.

Esta es la casa en la cual crecí, ya me e acostumbrado a que sea extremadamente antigua y grande, parece un gran museo siendo habitado por tres personas que casi no tocan nada.

Cuando era pequeña me encantaba que tuviera tantos pasillos, pero ahora lo odio.

Cuando por fin llego a la cocina dejó mi taza de café el mesón y me sobresalto al ver a Abba en una esquina preparando los medicamentos matutinos del abuelo Josh.

—Buenos días. —La saludo, y ella asiente concentrada.

—Buenos días señorita, el señor Josh ya despertó, estuvo teniendo pesadillas toda la noche y repetía su nombre una y otra vez. Luego logré que durmiera un poco, pero esta mañana nada más despertar me pidió que le dijera que la necesitaba urgente en sus aposentos.

—Ok, no se diga más. —Agarro la bandeja de la medicación y voy camino hacia la habitación del abuelo, con Abba siguiendo mis talones.

Abba es una señora de cuarenta años que contrate hace tres años, y es la mejor enfermera que e conocido. Aunque le e pedido que me deje de llamar señorita, ella se niega. Viene de Londres y es muy respetuosa y responsable.

Llegamos a la habitación del abuelo y tocó tres veces seguidas, esperando su afirmación para mi entrada.

—Entra. —Dice su voz, algo débil en comparación con la que solía oír hace diez años.

Abro lentamente la puerta, y mentiría si dijera que no me duele ver a esa hermosa persona en ese estado de salud.

Su habitación (como toda la casa) Está decorada de forma colonial. Su cama es grande y está acostado en ella con suero en su intravenosa y inhalador permanente.

Su piel se a deteriorado y arrugado, volviéndose tonos mucho más claros que lo normal, sus cabellos son cada vez menos y todos están completamente blancos, sus ojos azules como los míos son la luz de mis días.

—Hola gruñón. —Me acerco a su cama y le beso la frente. —Te traje la medicación y un mar de besos y abrazos para el señorito.

—Hola piojosa, ¿Qué te hace pensar que quiero besos y abrazos? — Pregunta haciéndome reír.

—Fácil, quieres besos y abrazos porque me amas con todo tú corazón y soy la niña de sus ojos. —Le acarició su blanco cabello.

—No me toques el cabello que me duermo.

Abba se acerca y me quita cuidadosamente la bandeja de la medicación.

—¿Por fin entraras en la Universidad? — Pregunta abuelo cuando Abba se acerca dándole el té con vitaminas que nos recomendó el médico.

ResurrecciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora