-Catania-
Me duele la cabeza, me pesan las mejillas y siento que podría desmayarme de nuevo.
Lo último que recuerdo es la visita de Aisha a mi casa, la extraña raíz que toque y en como mis fuerzas abandonaron mi cuerpo en menos de un segundo y me cubrió la oscuridad.
Abro los ojos lentamente, todo a mi alrededor es borroso, hasta que logró enfocarme y ver con un poco de más nitidez mis alrededores.
Al parecer estoy en un sótano ya que hay una gran cantidad de cajas por todos lados, un árbol de Navidad en una esquina y mucho, pero mucho, polvo.
Intento moverme pero fracaso, presto más atención a donde estoy.
¡Mierda! ¡Estoy atada!
Estoy sentada en una silla de madera, con las manos juntas al respaldar, amarradas por una soga gruesa y los pies a cada pata de la silla, que al intentar moverme rechina como los demonios.
La cabeza me da vuelta como si estuviera drogada y puedo sentir las gotas de sudor correr por mi pecho.
El nerviosismo me gana y no puedo parar ese par de lágrimas que se derraman por mis mejillas hasta mi nuca. Toda mi familia a muerto, no quiero dejar a mi abuelo solo, no quiero morir, no es justo.
No puedo evitar estar nerviosa, es algo subconsciente.
Repaso mejor el lugar, paredes cafés desgastadas, techo de concreto sin arreglar con un bombillo ahorrador colgando, siendo lo único que ilumina la habitación. La puerta está detrás de unas cajas y crea sombras por la luz de afuera, como si variar personas se estuvieran moviendo detrás, o posiblemente charlando las mil maneras de cómo matarme.
El dolor de cabeza no se va y las lágrimas tampoco, estas últimas me nublan la vista.
No soy estúpida, se que voy a morir, se que no vale la pena gritar, lo único que haría sería reducir me tiempo de vida.
¿Es que no saben verdad?, de seguro no saben que estoy enferma, de seguro no saben que de todas formas voy a morir en unos años, tal vez meses.
La puerta rechina y luego se abre lentamente, dando paso a una ráfaga de luz y, por ende, a una gigantesca sobra masculina.
Mis sentidos se ponen alerta, puedo sentir su respiración, y alguna que otra voz femenina se oye algo distorsionada de afuera, como si fueran gritos ininteligibles.
El hombre sierra la puerta y me deja ver su rostro, y no se porque algo me dice que no va a hacerme daño.
Miro su rostro, se me hace familiar, como si estuviese grabado en mi subconsciente. Es extraño, porque tengo ese sentimiento de no haberlo visto en mi vida.
Cabellos negros, algo largo, rozando sus ojos azules, piel blanca, labios carnosos. Pero lo único que puedo procesar es que... me va a matar.
—No me mates, por favor —Susurro levemente por las pocas fuerzas que posee mi cuerpo.
—¿No sabes quién soy?
Niego levemente, se que no lo e visto, aunque me parezca... conocido.
—Habla. —Demanda con autoridad.
—No se nada.
Mi voz ahora parece un chillido agudo, apenas pudo pasar por mi garganta deshidratada.
Sus ojos no se despegan de los míos, flexiona sus rodillas, quedando de mi tamaño, para luego examinar mi rostro con sus vista.
—Son idénticas, joder.
Dolor, era eso lo que había en sus ojos.
—¿Hablas de Carla? —Mi pregunta lo toma por sorpresa.
—¿Quién es Carla?
—Mi gemela. —Susurro, pero luego siento las fuerzas abandonar mi cuerpo una vez más.
-Axel-
Salgo del auto, y voy directo a abrirle la puerta a mi prometida, es un hábito al que la e acostumbrado desde hace mucho.
—Gracias, señor. —Dice dulcemente, para luego comenzar a tiritar del frío.
—Te dije que aquí hace frío, Sheyla —La regaño dulcemente, para luego quitar mi abrigo y pasarlo sobre sus hombros.
—Hací que ya estamos aquí. —Lo nervioso de su voz se nota bastante, hací que acaricio su espalda y beso su frente.
—No pasará nada linda, ella es un... amor de persona. —Su mirada me dice que sabe que estoy mintiendo, pero igual siento que la e calmado un poco.
Caminamos con nuestras manos entrelazadas hacía el porche de la mansión, aprieto el pequeño timbre rojo junto a la puerta, este suena pero no hace efecto por unos minutos.
Nadie a salido, que extraño. Si mal no recuerdo a mi madre le encanta hospedar a personas en casa, y siempre está, odia salir.
Vuelvo a hacer el mismo proceso anterior, pero el resultado sigue siendo el mismo, nadie.
La piel de Sheyla se eriza, eso sólo quiere decir una cosa... hay criaturas hay dentro.
Ella tiene un... don especial. Puede sentir la presencia de otras criaturas, como hombres lobos, hadas, licántropos y vampiros.
Poso mi mano sobre sus hombros y la aprieto junto a mi, ella respira pesadamente y me da una mirada de pena.
—Hay vampiros... un clan... siete...—Tartamudea con evidente miedo.
Como no, esos estúpidos están aquí de nuevo.
Miro la puerta, posó la mano que tengo libre sobre esta.
—Épanouis te te. —Pronuncio y esta se abre sin ningún problema.
Épanouis te te = abre
Despego mis manos de Sheyla y me adentro como perro que lleva el demonio, odio a los vampiros, no son más que cadáveres vivientes.
Sheyla me sigue los talones, y lo agradezco, es como mi ancla de paz.
—Están abajo, en el sótano, hay siete vampiros y... algo que no reconozco. —Me giro asombrado.
¿Algo que no reconoce?
Eso es imposible, pero ya tendré tiempo para preocuparme por eso, ahora seguramente debo salvar a alguien de las manos de esos chupasangres engreídos.
La casa sigue idéntica a como la recordaba, claro que con sus cambios el paso de los siglos, por lo cual tengo casi toda la seguridad de que el sótano sigue en el mismo lugar de siempre.
Después de una buena cantidad de pasillos por fin llegamos a las escaleras, me giro hacia mi hermosa prometida y la tomó de las manos.
—Brujita linda, creo que es mejor que te quedes aquí por si las cosas se ponen... feas. —Su delicada mano acaricia mi rostro, sus ojos me miran con un cariño, que obviamente es recíproco.
—Si así lo quieres tú, está bien. —Sus labios tocan mi frente, pero rápidamente salen. —Pero si las cosas se ponen "feas" y necesitas una mano, estaré aquí arriba, siempre esperando por ti.
Quiero besarla, pero tengo cosas más importantes que hacer, aunque el beso será para después.
Ahora es hora de salvar a alguien.
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Resurrección
VampiroCatania Woods siempre estuvo en el ojo del huracán sin siquiera saberlo, ni sospecharlo. Su vida no salía de lo cotidiano, llegando a lo deplorable. Sólo tenía a su abuelo, demasiado anciano, toda su vida siempre giró siempre en el. Pero al cumplir...