LA CARTA

11 1 0
                                    

Observando las calles de mi amada Madrid recordé el momento en el que salí corriendo de casa mientras escuchaba los pasos de mis hermanos detrás de mí y las suplicas de mi madre para que me detuviera. No podía detenerme, solo quería escapar de esa casa donde siempre había sido feliz. Pero en la que siempre me habían mentido, tanto mis hermanos como mi madre. Todos ellos me ocultaron la verdad detrás del fallecimiento repentino de mi padre después de mi primer cumpleaños y sobre muchas cosas a las cuales no podía entender, pero será mejor recordar desde el principio e intentar entender el por qué me escondieron la última carta de mi padre durante diecinueve años. Aquella mañana desperté al lado de Carlota, mi hermana mayor. Nos habíamos pasado toda la noche hablando sobre unos capítulos de una novela a la cual nos gustaba a las dos, también era una de las últimas noches que pasaría en casa antes de comenzar la universidad a muchos kilómetros de aquí. Carlota aún dormida y sin indicios de que Juan y mi madre estuvieran despiertos tampoco salí del cuarto y me dirigí a la cocina. El cielo estaba nublado y hacía bastante frio así que desayuné en la cocina en vez de hacerlo en la terraza como hacía cada mañana. Mientras desayunaba y miraba las noticias en la televisión mi madre entró en la cocina, como siempre venía con el rostro fresco y parecía que llevara horas despierta, pero en realidad no hacía ni quince minutos que se había levantado.

— Feliz cumpleaños Ana. —decía mientras me daba un sonoro beso en la frente.

— Gracias mamá. —le dije sonriendo.

Se hizo un café y se sentó en frente de mí, esto es lo que hacíamos cada mañana. Conversábamos sobre los recados que nos tocaba hacer y sobre los preparativos para ir a la Universidad. Entonces mientras hablábamos de la universidad lo recordé, la carta. La última carta que había escrito mi padre antes de fallecer y que iba dirigida a mí.

— ¿Mamá hoy es el día? —pregunté indecisa. Según las instrucciones de mi padre fueron que esa carta no podía llegar a mí hasta yo cumplir los diecinueve años.

— ¿Es hoy? —volví a preguntar.

Mi madre me miraba con una expresión de sorpresa y a la vez en su mirada se podía ver la tristeza que guardaba dentro de sí misma.

— Sí cariño, hoy es el día. Esta noche vendrá tu tío Carlos con la carta de tu padre. —dijo tajante antes de levantarse y salir de la cocina.

¿Por qué esa expresión? No entendía nada, se suponía que era algo bueno ¿no? La mañana pasó rápida y las llamadas de mis amigas felicitándome me hicieron olvidar lo ocurrido anteriormente con mi madre. Aún con el teléfono en el oído y la voz de mi amiga Florina por el otro lado de la línea me cambié y fui a una cafetería que quedaba relativamente cerca de mi casa, nada más entrar ahí estaban. Tanto Florina como Nati se encontraban en la última mesa de aquella cafetería en donde habíamos pasado tantas tardes estudiando para los exámenes finales y compartiendo buenos momentos juntas. Pasé el resto de la mañana junto a ellas y volví a casa, no tendría mucho tiempo a partir de ahora ya que me tocaba preparar todas las cosas para mudarme a Barcelona junto a Laura y comenzar la universidad en las próximas semanas. Así que hoy era el único día donde nos podríamos despedir y vernos antes de que yo me fuera. Llegué a casa y al colgar la chaqueta en una silla del comedor me encontré a mi hermana con un gran pastel de nata y chocolate y con dos velas encendidas esperando a que yo las soplara y les pidiera un deseo. Con una gran sonrisa al ver toda la escena que me estaban haciendo tanto Carlota que sostenía el pastel con entusiasmo, como mi hermano Juan y mi tío Carlos que estaban detrás de ella esperando también a que soplara las velas.

— Vamos cariño, sopla. —decía Carlota.

Conté hasta tres y antes de soplar pedí un deseo, algo que dentro de mi añoraba desde hacía tiempo.

Aurea, Las Dos EstrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora