SOL

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Podía entenderle si no quería hablar sobre sus problemas con una completa desconocida, así que solo me senté a su lado y le hice compañía mientras lloraba en silencio. Poco a poco su llanto disminuyó y noté como ponía su cabeza en mi hombro, mi impresión fue que necesitaba calidez así que le abracé de nuevo. Al hacerlo dejó de llorar y me hizo sentarme en sus pies mientras él me abrazaba ocultaba su rostro en mi hombro, aquella extraña sensación que tuve hacía unos minutos volvía y lo hacía cada vez más fuerte. Cuando Marcos notó que algo no iba bien y que me aparté de él levantó mi rostro y quedó perplejo al verme. De nuevo mis ojos dorados volvían a apoderarse de mí. No pude verle más de un segundo ya que sus ojos también se tornaron de nuevo al grisáceo de el comienzo de la noche. 

— Tus ojos...—dije esperando una respuesta.

 — Sí Ana, también cambian de color—dijo con una voz suave. 

Levanté mi mano y la puse en su rostro y Marcos al sentir mi mano en él cerró los ojos.

 — Has tardado en aparecer, sentía que ya no te encontraría. —dijo Marcos mientras acercaba su rostro al mío.

 — Tú también, sentía que por no tener la marca no aparecerías en ningún momento. —su rostro estaba tan cerca del mío. Pude ver cada rasgo de él y era exactamente igual a como le imaginé aquella noche en Madrid.

 —Marcos, necesito respuestas. —dije mirándole. — Lo sé, ya no podemos esperar más para hablar sobre esto. —dijo serenamente.

 Pero cuando estábamos a punto de hablar las cosas se escuchó la risa de alguien al fondo de aquel callejón, estaba tan oscuro que era imposible ver algo. Los dos apartamos las miradas y buscamos de donde provenía aquella extraña risa. Me ponía los pelos de punta, la sensación de que algo iba a ocurrir iba en aumentó, pero jamás pensé que al final de aquella calle estaría aquel hombre. Marcos se levantó y me puso detrás de él, le rogué que volviéramos al club con los demás, pero se negaba en rotundo. Parecía que el conocía muy bien aquella voz, poco a poco unos pasos se acercaban. Poco a poco sentía que mi corazón palpitaba con más fuerza, me fijé mejor y pude ver dos puntos rojos entre la oscuridad. ¿Unos ojos?

 — Por favor, Marcos vámonos...—le volví a rogar. 

— Quieta—dijo serio. Aquellos pasos estaban más y más cerca, de aquellos ojos rojos acabó apareciendo un rostro. Un hombre cubierto por una gran capa nos divisaba desde lo más profundo de aquella oscuridad.

 — Vaya, vaya Marcos. ¿La has encontrado? —dijo aquel hombre. Su voz era grave, parecía ser joven, pero sin duda tenía más edad que nosotros. Se acercaba cada vez más y Marcos me cogió de la mano, no decía nada solo observaba cada movimiento que aquel sujeto hacía.

— Vamos Marcos no te haré nada, ya te dije que solo le necesito a ella—dijo serio aquel hombre.

 — Estás demente si crees que te la voy a dar Abraham—decía Marcos mirándole serio. ¿Qué? Pensé. Aquel hombre al ver que Marcos no le obedecía cambió su expresión de serio a sonreír irónicamente.

 — Mi querida Valentina, al fin te encuentro. —dijo acercándose. 

— ¿Valentina? Mira no sé quién eres, pero ese no es mi nombre así que no soy a la persona que estás buscando, será mejor que nos vayamos.

 —dije nerviosa estirando de la mano de Marcos para volver al club, pero él no se movió ni un centímetro, su expresión cada vez era más y más seria. En su mirada podía contemplar la ira, así que me quedé quieta. 

— Sí, ahora no te llamas así pero antes mi querida Valentina ese era tu nombre. Cuando los dos fuimos solo uno mi amada. —dijo sonriendo.

 Al oír aquellas palabras me quedé perpleja, me conocía. Cuando le vi el rostro al completo y salió de las sombras le reconocí, aquel rostro y esa mirada. Le conocía, pero no podía recordarle. — Ya veo que has visto algo en mí. —dijo de nuevo.

Aurea, Las Dos EstrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora