Aún abrazados ante la inmensidad del cielo comenzó a salir el sol, un nuevo día comenzaba. Los dos estábamos exhaustos, Marcos tenía heridas bastante graves. Nos dirigimos al club donde pensaba que estarían los demás aún pero no, el Lux ya había cerrado y los demás se habían marchado. No me quería ni imaginar la llegada a casa, me estaría esperando una Laura muy enfadada y sobre todo protectora.
Pero lo que no podía explicarle era todo esto, parecía de locos. Nos subimos al coche de Marcos y lo puse en el asiento del copiloto, después me subí yo y arranqué el motor. Hacía meses que no conducía, pero no había perdido la práctica, después de varios minutos en marcha atravesando toda Barcelona y de que Marcos me indicara en donde quedaba su casa llegamos. Era un edificio bastante nuevo, le ayudé a salir del coche y entramos.
No nos encontramos con nadie, ni con el portero. Solo estábamos nosotros dos en ese gran edificio. Entramos al piso y me sorprendí al verlo todo tan limpio y organizado, era como si acabasen de limpiar a fondo todo del departamento. Me senté en una silla y Marcos se tumbó en el sofá, nos quedamos en silencio durante bastante rato. No nos mirábamos, solo había silencio. Entonces le miré, se veía decaído. Sentía su dolor, su soledad. Así que sin pensarlo dos veces me senté a su lado, pero no me miró.
— Marcos, mírame...— le dije. Pero hizo caso omiso, intenté llamar su atención de alguna manera, pero era imposible. Se encontraba en una burbuja en la que solo se encontraba él. Así que de alguna forma pude hacer que me mirara y la única forma de hacerlo era aparentar de que me iba a marchar. Me levanté y me dirigí hacía la puerta, pero antes de abrirla un llanto hizo que me girara.
— No te vayas Ana...— susurraba. Ver aquella escena me partía en mil pedazos, parecía un niño pequeño suplicando de que no lo dejaran solo. Me acerqué y me puse de nuevo a su lado, con mi mano sequé sus lágrimas y comencé a acariciarle el rostro.
— No seas tonto, con lo que me ha costado encontrarte ¿Cómo te iba a dejar solo? — le susurré para tranquilizarlo. Agarró mi mano y me acercó a él, podía sentir su soledad y su tormento.
— Marcos sabes muy bien que guardar el dolor para uno mismo puede hacerte quebrar, romperte en mil pedazos y que para reconstruir ese mal cueste mucho. Cuéntame que es lo que está pasando, cuéntame que es ese dolor que tanto te atormenta. — le miraba y sentía que no se atrevía a mirarme directamente. Tardó varios minutos en comenzar a sacarlo todo, su voz se quebraba entre frase y frase y su mirada no podía encontrarse con la mía.
— Hace años que estoy solo Ana, mis padres jamás estuvieron ahí. —comenzó a explicar. Yo lo escuchaba con atención y le proporcionaba caricias por su pelo.
— Cuando nací parecía que todo iba normal, pero cuando mis padres vieron en mí lo que aquella dichosa bruja les contó les entró el pánico. Crecí en soledad, me mantenían encerrado todos los días y jamás vinieron a verme. Cuando comencé a notar tu presencia mi mente se nublaba y mi cabeza daba vueltas, así que los que estaban a cargo de cuidarme llamaron a mis padres. Por primera vez en veinte años vinieron y tan solo de verme se aterrorizaron, mis ojos cambiaron de color y de mí salía un gran poder. Podía controlarlo, pero tanto era el dolor que me habían causado que me cegué, no les ataqué ni mucho menos. Pero sí me marché de allí. Jamás sentí afecto de mi madre o de mi padre, jamás sentí aquello que llaman amor. Jamás hasta que te sentí. — al escuchar esas palabras me conmoví. Marcos paró de hablar tomó aire y respiró lentamente.
— Marcos no hace falta que lo sueltes todo de golpe, ves poco a poco y no dejes que el dolor se convierta en tu vida.
— Lo sé Ana, pero debo contártelo. — dijo agarrándome de la mano. Asentí y se sentó a mi lado.
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Aurea, Las Dos Estrellas
RomanceEn un mundo donde las personas nacen con una extraña marca llamada Aurea, son destinados a vivir con una persona para toda la vida. Encontrar a su mitas y ser felices, pero la vida y la leyenda no son tan simples. Dos jóvenes sin marca son los elegi...