Hola, tanto tiempo. ¿Cómo te encuentras? ¿todo está bien en tu vida?
Sé que me dijiste que no debía escribirte nunca más, que me preferías muerta, que no debía de acercarme a ti de nuevo. Perdona, no pude cumplir con tus peticiones, en realidad nunca logré cumplir con lo que deseabas, cosa que cambiaré hoy al escribirte esto.
Te extraño, ¿está mal? Obviamente lo está, pero, ¿No se supone que si quieres a alguien debes luchar por esa persona?
Y yo lo hice.
Luché por ti.
Tanto que me quedé sin fuerzas, devastada, abandonada, tirada en el suelo sin poder reponerme.
Hace ya unas semanas en donde no sé de ti, me contaron que sales con otra persona, un nombre bonito que ahora no recuerdo. ¿Ella es hermosa? ¿Se ve tan linda como las estrellas que iluminan el cielo? ¿Se ve tan deslumbrante como esas chicas que veías en las revistas? Debe de serlo, siempre mejor que yo. Quizá fue lo mejor, tal vez el hecho de que me dijeras la verdad fuese simplemente eso, una verdad, a pesar de que fue cruel y me afectó.
Hey, ¿Tus ojos aún brillan cuando miras un chocolate?
¿Aún se ven bonitos los hoyuelos en tus mejillas?
Aún pasa por mi mente ese siete de Julio, a las siete y diecisiete de la noche. Caminabas junto a mí, sin siquiera tomar mi mano, ¿por qué no lo hacías? ¿Por qué agachabas la cabeza en cuanto estaba a tu lado? Cargaba esa linda chaqueta combinada con el azul marino de tu camisa, tus ojos claros se veían perfectos bajo la luz de los faroles. ¿Fui tan molesta al repetirte tantas veces que te amaba, que cuando lo hacía me rechazabas? Sin embargo, no me importaba. Estaba tan ciega por ti que cualquier herida la ignoraba.
Y poco a poco, me desangraba.
Sola.
Callada.
Vacía.
Estaba feliz por mi meta, me había dado cuenta de que no te agradaba mi cuerpo y había decidido cambiar aquello. Dietas que sólo eran como saborear una minúscula partícula de polvo, tantos vegetales que temí volverme una verdura. Me costó mucho al principio, ¿Te lo dije en alguna ocasión, en esas donde no me escuchabas? Pasé los tres primeros días luchando, tratando de comer más "Saludable", mucho menos de lo que cualquier otra persona se atrevería a ingerir en un día solamente.
Primero fueron los desayunos.
Tiempo atrás, cada mañana me despertaba a las siete y media, ¿Lo recuerdas? Solía enviarte un mensaje de "Buenos días" acompañado de tres corazones rojos y cuatro violetas. A las siete y media desayunaba, sándwiches, café, a veces hacía algo mejor y agregaba algún postre que me quedaba de mis regalos que tú no aceptabas. La ansiedad me mataba, te lo confieso; masticar, saborear, tragar, esa acción repetitiva era lo único que apaciguaba mi tristeza.
Estaba vacía.
Y quizá la comida era lo único que lograba llenar ese abismo que existia en mí.
Poco a poco, dejé de sentir la necesidad de desayunar, lo marqué como algo de un sólo día. ¡No pasará nada! Me había dicho una mañana, restándole importancia. ¡Sólo es un día! Por un día sin comer no pasará nada.
Esa frase se volvió mi excusa.
Hasta que llegué a los siete días sin desayunar.
Notaba el cambio, cada vez me sentía con menos energía, cansada, sin poder levantarme pues el mundo se volvía negro por segundos. Poco a poco noté el cambio en mi rostro, ojeras, labios resecos y pálidos, ojos hinchados y mejillas húmedas. Lo estaba logrando, justo lo que querías, ¿no? Destruirme hasta dejar de apreciarme, pero, sin importar lo que hiciera, tú nunca ibas a amarme. El reloj pasaba de las siete de la mañana y llegaba a las diez, once, incluso doce; los corazones pasaron de ser siete a tres nada más, hasta que finalmente llegaron a ninguno.
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Cartas que Nunca Envié y que Pronto Quemaré
RandomAbandonadas en una parte recóndita de mi mente como un vago recuerdo de una desesperanza que me arrancó la felicidad del pecho, dejándome con un vacío que nada podía llenar y que al final se convirtió en un océano profundo, turbulento e infinito de...