LOS OCHO ENFOQUES

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Dilan estuvo muy enfermo, tirado en la cama con capacidad suficiente para alojar una trinidad de durmientes que hay, entre dos estantes de caoba para la conservaciòn de folios antíquismos y por ende valiosos y por sus contenidos, en la alcoba de la esquina de la palaciega casa en donde se crió con vista a nivel con trigales los cuales rivalizaban en su ser dorados con los áureos ornamentos de diseño elegante si bien complicado que adornaban las marmóreas paredes del mencionado aposento, a su vez tan níveas como las tibias, suaves, crujientes -trayendo así a la memoria pan recién horneado-  sábanas del lecho; empero eso es el principio de este relato, y puesto que, siendo vosotros mis asiduos lectores, sabéis bien que nunca empiezo una narrativa por su comienzo, como suelen los demás autores, sino por lo que mejor se aviene, y así también en el presente caso de inmediato pasaré a otra escena de la traumática trama, a saber, aquella en la cual, excediendo en su permanecer erguido al homo erectus (ya que, me enteré a su debido tiempo, practicaba ejercicios de levantamiento de pesas) y entretanto beatíficamente sonreía aunque no obstante mostrando a través de ello la sobrada picardía de la que suele adolecer, invitome, el apuesto y ágil señorito desde el interior de su frac (purpúreo para avenirse con su chistera de copa alta con alas anchas a lo sombrero mexicano y con sus moccasines clásicos de piel de onagro), a un trago de burbujeante ron cubano Bacardí escanciado en una frágil copa de pelúcido cristal de tornasolado Baccarat mientras me explicaba su convite  -cuyo aroma de espíritu alcohólico se mixturaba con la fragancia a lavanda la cual despedía su mansión- con las siguientes palabras: "Lo hago por tradición familiar -nunca dialogamos a menos que nuestro interlocutor se halle embriagado y nosotros no. Además, anda tiesa mi espina dorsal al extremo en que lo está, para citar al afamado aunque difunto poeta nicaragüense Rubén Darío, 'la columna vertebral de los Andes' (una cordillera la cual, de paso, prestara su nombre al escabroso y sinuoso Pacto Andino), porque otra guía de comportamiento entre ellas es que nunca jamás doblemos ni las rodillas ni tampoco la cintura y ni aún la cabeza ante nada o ante nadie cualquiera que sea". Me interesé en las susodichas 'tradiciones', y él me replicó al respecto: "¡Precisamente! Me gustaría grandemente que redactaras algo acerca de ellas -es decir, la vez en que, con motivo de encontrarme enfermísimo, tuve que aplicarlas todas juntas de un tirón. Era yo en tan distante entonces casi un niño y mi adusto padre no parecía prestar asunto a la dolencia que me aquejaba y, por añadidura, al más tarde yo acudir a la servidumbre en busca de apoyo en mi dilema, los ordenó categóricamente que en modo alguno me fueran los criados a facilitar ningún medio de mejoría o siquiera alivio para la misma. De tal manera acorralado por las al parecer fatídicas e incluso nefastas, sí, funestas contingencias hogareñas, para obtener la convalescencia me vi precisado a recurrir a cuidados médicos adecuados en persona pese a mi tierna edad. Y acaeció a continuación que, como un  resultado de mi decisión y maniobra, mi progenitor se alborozó sobremanera, pues acababa yo de demostrar que era digno de los de mi parentela (quienes disfrutamos de ambas cosas: una alcurnia pudiente y una estirpe teutónica) al tomar mi destino y las vicisitudes de la vida en manos propias". "¡Ah, Dilan!", interrumpí, "¿y serías tan amable como para enumerar los métodos que heredaste de los cuales hablas?" "Ciertamente en un momento compartiré todos los ocho procedimientos contigo, buen amigo", replicó, "mas cabe aclararte primero que nuestra óctuple forma de conducirnos ante el mundo había sido originalmente tomada por mi abuelo -el mago alemán- de un cierto y determinado legajo en latín que entre los registros ocultos de la fortaleza en donde resultó entrenado en vuelo astral y pactó con el Ángel Fiscal (o Demonio Procurador), guardaran la orden militar germánica de la doble ese cuyo nombre conviene no aludir sin ambages con motivo de circunstancias históricas concomitantes de las cuales estás, por supuesto, enteramente enterado". Un tanto fatigado, me levanté del diván sobre el cual hasta ese instante había yo yacido reclinado junto a una somnolienta gatita de triple matiz, y me aproximé a pasos cuyo impacto era apagado por la mullida alfombra bizantina, a un lienzo representando un inexpugnable y pintoresco castillo de Baviera. Al tiempo que examinaba la maestría en el estilo de las atrevidas pinceladas desplegadas sobre el óleo por algún ignoto paisajista, supliqué a don Dilan: "Te ruego que seas tan amable, ¡oh, caro camarada en armas!, como para al punto enumerarme las referidas guías que los de tu sangre siguen".
A tal efecto, Dilán abrió la caja fuerte que está dentro de su búnker del extranjero y extrajo de sus recovecos laberínticos un par de tablas de mineral semejantes a las del profeta Moisés, es decir, de metal como las que el ángel Moroni entregara a José Herrero y como las de los Shiva Sutras originales -ambas últimas preservadas en cavernas-, y me las leyó en voz alta y clara:

1.- Nunca te doblegues ante nadie, ni siquiera ante la muerte misma.
2.- No te conformed con tratar al máximo de ser siempre el mejor, sino sé de hecho siempre el mejor.
3.- Si un día tienes miedo, procura que el miedo sea tu socio en todo momento; pero, si el momento se presenta, acaba con el miedo.
4.- Ten siempre presente que la familia es sagrada y que sagrada es tu familia.
5.- La clase no se hace, se nace con ella.
6.- Nunca muestres debilidad, pues la debilidad no produce beneficios.
7.- Defiende siempre tu hogar, porque tu hogar te protege a ti.
8.- Nunca supliques misericordia,  porque la misericordia la piden los débiles.
9.- Si te ves en peligro, no te escondas, porque el peligro puede ser tu mismo.
10.- Si quieres convencer a alguien, procura darle un buen ron antes de hablar.

Y, con esto, me retiré a componer el capítulo.

ANIME KINDJUNGEWhere stories live. Discover now