24. Luz y Oscuridad

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Me dejo caer en el suelo lentamente, envuelvo mis brazos alrededor de mis rodillas y trato de asimilar todo el caos que ha sucedido este día.

Primero, la mejor forma de iniciar un día con la propuesta de Emanuel.

Segundo, una fiesta espectacular donde me reí y disfrute al lado de las personas que quiero.

Tercero, Carla con su inconformidad por mi compromiso.

Cuarto, el abuelo Villanueva con sus dudas sobre la felicidad de Emanuel.

Por último, El silencio de Raúl a la hora de decirme lo que sabe sobre Emanuel y como si eso fuera poco, su confesión de última hora.

¿Por qué a mí me suceden estas cosas?

Justo cuando siento que tomé la decisión correcta, se levantan muros exteriores que parecen querer decirme lo contrario.

Un movimiento brusco vota mi lámpara de noche, provocando un ruido que me devuelve a la actualidad.

Las piernas de Emanuel están colgando fuera de mi vieja cama, su postura luce muy cómica.

Recuerdo que debo cambiarle la ropa, acto que me pone nerviosa, pero es lo correcto, ¿no?

Digo, ¿qué clase de futura esposa sería si lo dejo con esa ropa mal oliente?

Me levanto del suelo y busco en mi armario una sudadera negra que es bastante grande, lo suficiente para Emanuel.

A pasos cortos me dirijo a él, su camiseta está cubierta por restos de un gélido líquido que al parecer es el alcohol convertido en vómito, el olor es desagradable, pese a ello, me acerco con cuidado y se la quito, es difícil hacerlo puesto que su cuerpo no colabora.

Me tomo la libertad de observarlo, su torso desnudo, sus abdominales un poco descuidados, pero decentes.

A veces siento que su dulce cara no encaja con su casi atlético cuerpo, me pregunto si tocarlo provocaría que se despierte.

Con toda la delicadeza que poseo, coloco mi mano derecha sobre su abdomen, lo acaricio un poco y me dispongo a disfrutar del momento, tenerlo en mi habitación medio inconsciente es algo que no se ve todos los días.

Dirijo mis dedos hacia arriba, su pecho sube y baja lentamente con su pesada respiración, verlo así es demasiado para mí alma, la fragilidad que reina en todo él es inquietante.

Sintiéndome como una loca pervertida, retiro mi mano de su cuerpo y me regaño por ser una aprovechada.

Emanuel abre los ojos sonriendo. —¿Aprovechándote de un ebrio, Elena? —Su aliento está impregnado de alcohol.

Su voz provoca que toda la vergüenza de mi cuerpo se acumule en mi rostro, no puedo verme en un espejo, pero estoy segura de que mi color ha cambiado por un rojo que probablemente irá en aumento.

—Yo-yo, sólo estaba. —Los nervios hacen que mi lengua se enrrede impidiendome terminar la frase.

—Descuida, el toque de tus manos me ha despertado de buen humor. —Me ofrece una mirada dulce.

El alivio que siento baja como una gota de sudor por mi frente.

—Emanuel. —Musito.

—Dime, linda. —Se incorpora quedando sentado en el suelo.

—Linda. —Agrego juguetonamente.

Él comienza a reírse en tono bajo.

—¿Eres feliz conmigo? —Suelto sin rodeos.

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