A las 5:00 am suena mi despertador, indicándome un nuevo día y los retos que me esperan; sobre todo, la lucha interna entre mi fe que además debo trasmitir y las secuelas de mis vivencias recientes. Para esto, inicio mi día rogando perdón a Dios por mis debilidades, agradeciéndole poder seguir cumpliendo con mi misión, pidiendo fuerza y sabiduría para soportar las sorpresas del día y como dilucidarlas.
Mientras desayunaba, reflexionaba sobre la parábola del hijo pródigo, sobre la cual se trataría el sermón en la misa. Muchos bajo soberbia, se atreven a señalar y a juzgar a los demás, por su pasado o por los elementos circunstanciales, que muchas veces colocan al ser humano en situaciones de difícil digerir, pero no por eso Dios les ama menos; aún más, la tarea es profundizar en acogerlos y regocijarse, cuando su iniciativa lo trae arrepentido y con la necesidad de buscar en nuestro señor, los preceptos que conducirán su vida. En fin, no debemos vanagloriarnos de nuestras propias virtudes, para marginar a quienes por algún motivo no las han desarrollado; por el contrario, lejos de juzgarlos o discriminarlos debemos tenderles la mano y celebrar la voluntad para levantarse.
Empezaba a escuchar la entrada de algunos feligreses, de los que llegan temprano para el rosario antes de la misa. Me asomé y observé que para no ser domingo, hay más personas de lo usual. Seguramente, en la parroquia ya volaron las noticias y la curiosidad atrajo más parroquianos que las ganas de escuchar la palabra. Pasé inadvertido hacia la sacristía, para colocarme al fin la bendita sotana.
Por fin se hicieron las 8:00 am, y debía comenzar con la liturgia. El canto de entrada anunciaba mi salida de la sacristía hacia el altar; sin embargo, el cántico se detuvo y al percibir mi entrada fui abordado por una muchedumbre. La mayoría eran periodistas. No podía creer la desfachatez de estos comunicadores para conseguir una noticia. ¿Acaso no podían esperar que terminara la misa para preguntar sobre el robo?
– ¡Padre! ¡Padre! ¿Puede usted oficiar misa después de lo que pasó? – preguntaba uno de los periodistas.
– ¡Pero hijos! Simplemente fui víctima del hampa tuve que defenderme – afirmé severamente.
– ¿Presentará cargos por violación Padre?, ¿Los presentara la señora Mayer?, ¿Le costó mucho hacerlo Padre? – insistían mordazmente los periodistas.
– ¿Cómo dicen? – pregunté asombrado.
Luego de un segundo aturdido, reaccioné pidiendo que desalojaran la iglesia, pero insistían detrás de mí, debiendo tomar el micrófono y anunciarles a los fieles la cancelación de la misa.
Las miradas de todos parecían cuchillos afilados hacia mí. Muchos de los asistentes no entendían lo que pasaba, se preguntaban unos a otros, pero seguramente no tardarían en enterarse. El oxígeno en mi pecho se hacía más denso, se transformaba en angustia.
Me retiré consternado hacia la residencia y tratando de encontrar una explicación a lo ocurrido, solo se me vino a la mente el nombre de Sara. Al entrar en la sala pude ver en mi celular, varias llamadas perdidas de ella, pero no tenia sentido. Ella no quería que se supiera lo que pasó. ¿Será que atraparon a Jimmy y este lo confesaría todo?
Otra vez sonaba el celular con una llamada de Sara y decidí contestar...
– ¡Padre! ¡Padre! – exclamaba Sara – Y yo, ya estaba cansado de escuchar ese adjetivo.
– ¡Todo el mundo lo sabe Padre! – Continuaba Sara.
– ¿Pero cómo hija? ¿Acaso se lo comentaste a alguien?
– ¡No Padre!, hay un video en internet – Afirmó Sara
– ¿Pero cómo hija? ¿Tienes cámaras en tu casa? ¿Se las habrá robado alguien?
– Nada de eso Padre. Tampoco entiendo cómo pudo pasar esto.
Otra llamada entraba al teléfono. Era la del Obispo, quien ya debe tener conocimiento del video.
– ¡Disculpa hija! Tengo una llamada del Obispo. Por favor, no vengas por ahora. Luego te devolveré la llamada.
Ya se había caído la llamada. Debía respirar profundo y prevenir lo que me diría el Obispo, para saber que responderle. Estaba aturdido, pero luego recordé que ya mi superior tenía conocimiento de lo sucedido; entonces, ¿me estaría llamando para aconsejarme? Me dio un respiro saber que al menos, podía contar con mi institución o eso presumí. Así, que inmediatamente devolví la llamada.
– ¡Aló! ¡Buenos Días Su Excelencia!
– ¡Buenos días hijo! – Me saludó con una calma, que apaciguo un poco mi angustia
– ¡Señor! ¿Usted sabe lo que está pasando?
– ¡Por supuesto hijo! No se habla de otra cosa.
– Debí cancelar la misa de las 8:00 am señor. El sitio estaba repleto de periodistas.
– ¡Hijo!, Sé que tuviste la valentía de confesarme lo sucedido, pero en el video que está circulando no se aprecia que te sintieras tan amenazado para hacer lo que hicieron; por el contrario, pareciera que lo están disfrutando mucho. Esa mujer todavía debe tener las marcas de tus manos en sus... – Recriminó sin terminar la frase.
– ¡Señor! Esos hombres nos apuntaban con un arma.
– Pues pareciera más bien, que tendrían que darle las gracias.
– ¿Qué debo hacer señor?
– ¡Nada hijo! Fue un error no celebrar la misa. No darás ninguna declaración. Ahora mismo, estoy enviando al padre Alberto para que se encargue de las misas por tres días hasta el sábado, esperando que baje un poco la marea. Él tiene las instrucciones de comunicar simplemente que te encuentras indispuesto, pero que tú sigues al frente de la parroquia y asumirás de nuevo las misas desde el domingo siguiente.
– ¿Y los periodistas? ¿Qué debo hacer si regresan a la iglesia?
– ¡Hijo! El Padre Alberto y tú, deberán simplemente invitarlos a sentarse para escuchar la palabra o retirarse, y comenzarán la celebración pertinente, con sus canticos y lo que corresponda. Haciendo caso omiso de su presencia. Es decir, debes ignorarlos sin dar explicaciones. No puedes estar excusándote de lo que estás seguro, fue un acto bajo amenaza de muerte.
– ¡Esta bien señor! Gracias por su ayuda.
– No solo te estoy ayudando hijo. Debo proteger la iglesia. Pero esto aún no ha terminado – Sentenció severamente.
Así terminó nuestra conversación, pero inmediatamente corrí a encender la computadora para ver con mis ojos, la perspectiva de los ajenos espectadores, y así poder tener una idea del juicio formado con respecto a lo sucedido.
No fue difícil encontrar el video, ya que había cerca de doscientas entradas anunciando "El cura gozón", "sexo con el cura" o "violaron al cura". El video mostraba cierta nitidez, pero evidentemente grabado con un celular, por la inestabilidad de las imágenes, pero no podía apreciar desde cual ángulo se realizó la grabación, por no recordar bien la distribución de la casa de Sara. Se podía apreciar a Jimmy sentado en una butaca, con una de sus manos adentro del pantalón, a Junior apuntando la cabeza de Sara, quien estaba sentada en el sofá y a mi parado frente a ella mientras me abría el pantalón.
Las manos de Sara apretándome las nalgas, mientras me hacía sexo oral, no debe convencer al público, sobre el esfuerzo que hacíamos para soportar todo aquello. La situación si cambia un poco, cuando Junior le arranca el vestido a Sara; pero nuevamente, la duda de los espectadores sobre del disfrute que estaba experimentando, se puede originar al ver cómo le abría las nalgas mientras la penetraba y como después le halaba el cabello hacia atrás. Gracias a Dios, la cara de Sara no podía apreciarse desde el ángulo de la cámara.
Algunos comentarios, en las páginas que mostraban el video, hasta sugerían si todo era parte de algún tipo de acuerdo o la ejecución consensual de alguna pervertida fantasía sexual.
Una llamada a mi celular, interrumpió mi embelesada apreciación de lo sucedido. Casualmente, la llamada provenía de la protagonista del video, quien seguramente también lo habría visto.
– ¡Hola Padre!, ¿ya vio el video? – Preguntó Sara, con cierto morbo y satisfacción.
– ¡Hola Sara!, precisamente eso hacia – contesté con un tono de molestia.
– ¿Qué le dijo el Obispo? ¿Tenemos que dar una declaración? Le pregunto todo para no contradecirnos
– ¡No hija!, No debo hacer nada, no puedo estar excusándome de ser víctimas de esos delincuentes. Te sugiero hacer lo mismo.
– ¡Padre!, tenemos que vernos. Me siento muy aislada y que solo con usted puedo hablar. Mi teléfono va a reventar pero no me atrevo a contestarle a nadie.
– ¡Entiendo hija!, pero no creo que sea conveniente que vengas en estos momentos. Viene un colega a celebrar las misas hasta el sábado. Yo comenzaré nuevamente el domingo; pero no sé, si este sustituto temporal también venga en papel de espía.
– ¡Está bien Padre!, no regresaré hasta el domingo. Asistiré a la misa que usted celebre. Lo dejo padre, pero por favor no dude en llamarme y no deje de responder mis llamadas. Se lo agradezco.
– ¡No te preocupes hija! ¡Hasta luego!
A pesar del miedo, que comenzaba a sentir con el contacto de esta mujer, no podía dejar a un lado el espíritu de mi oficio como sacerdote, ni olvidar su carácter de víctima y si se quiere, la más vulnerable por su condición de mujer; aunque esta podría ser obviada por el público y los medios, considerando ser más atrayente y reprensible mi condición religiosa.
Al igual que Sara, no dejaba de recibir llamadas y muchas no las contestaba. Hasta recibí una llamada de mi padre, quien estaba contento porque siempre dudó de mis preferencias sexuales, que aunque al decidir mi celibato debía carecer de ellas, mi padre siempre pensaba que esa decisión, se debía a mi presunta homosexualidad.
El sonido del teléfono no permitía mi introspección, pero ahora se agrega el del timbre de la puerta, al cual también dudaba en atender para no arriesgarme a los mordaces curiosos. Sin embargo, al abrir la puerta me tocaría recibir a mi colega el Padre Alberto, a quien conocía desde hace años por coincidir en mi promoción, sin haber compartido mucho más allá de lo estrictamente necesario.
– ¡Buenos días William!
– ¡Buenos días Alberto!, pasa adelante por favor.
– ¡Gracias!
– Siéntate Alberto. ¿Cómo has estado?
– ¡Pues bien!, hasta el momento, no me ha sido asignada ninguna parroquia en particular. El Obispo me mantiene ocupado ayudándole en sus tareas y haciendo las suplencias donde me necesiten.
– Es bueno contar contigo. Nosotros también somos vulnerables a las enfermedades e inconvenientes como cualquiera.
– ¡Exactamente William!, aunque tu caso es un poco particular. Quizás en otro tiempo, te hubiesen expulsado y hasta excomulgado.
– ¡Seguramente!, sin embargo, las circunstancias de mi caso no tienen nada que ver con mi conducta regular.
– ¡Lo se mi amigo!, pero debes admitir, que lo que se aprecia en ese video, no tiene nada que ver con las violaciones comunes. De todas formas William, sabes que nosotros no estamos acá para juzgarnos; por el contrario, debemos apoyarnos y trasmitir la solidez de nuestra institución.
– ¡Gracias Alberto! Sentir el respaldo de la Iglesia, me da mucha fuerza y voluntad para continuar.
– ¡Así será! Pero igualmente debes tener mucho cuidado. Estamos siendo muy vigilados, así que nuestros pasos deben ser firmes, sin dejar entredicho ninguno de nuestros actos, que pudieran volverse armas contra nosotros.
– ¡Eso es triste! Aun cuando nuestra conducta debe ser ejemplar, siempre buscarán la forma de tergiversar nuestras acciones, para crear una matriz de opinión totalmente distorsionada. – Sentencié apesadumbrado.
– ¡Es cierto!, pero así ha sido y seguirá siendo, independientemente de lo ocurrido contigo.
– ¡Gracias nuevamente Alberto! Pero no has traído ropa contigo, ¿la traes en tu auto?
– ¡No!, no me quedaré aquí. Solo vendré para oficiar la misa y seguirás a cargo de la parroquia. De hecho, ni siquiera estás suspendido, así que podrás efectuar las confesiones. Esas son mis instrucciones.
– No creo que muchos quieran confesarse conmigo.
– Eso lo veremos. Lo importante es que las personas sepan, que la Institución confía en ti. Así que ya veremos. Por lo pronto, me iré para seguir con mis otras ocupaciones y regresaré antes de las seis de la tarde, para oficiar la misa.
– ¡Perfecto! Organizaré todo para cuando llegues.
– ¡Gracias William!, nos vemos en la tarde.
– ¡Hasta luego amigo!
La visita de mi compañero me infundió mucha confianza y tranquilidad. No debía preocuparme tanto si la institución que represento trasmite su confianza en mí, porque el amarillismo de los medios puede destruir la vida de cualquiera; aunque paradójicamente, ese amarillismo se encuentre más seducido con el contacto íntimo que sostuve con Sara, que la vida que se terminó con un solo disparo del cura. Para ellos sería un delincuente más, para mí, fue haber truncado la obra que Dios, pudo haber transformado en esa vida.
Es otra de las dudas que siempre rondará en mi conciencia. La primera con mi trágico suicida, a quien tal vez su suerte, le habría cambiado con mi decisión de atenderlo de inmediato; y la segunda, sobre la muerte de Junior; si tal vez, pude haberle disparado en otra parte del cuerpo para inmovilizarlo o la rabia dominó mis instintos, buscando certeramente el disparo en su frente queriendo acabar con su vida.
Al despedir al Padre Alberto, entré en la iglesia para preparar que todo estuviera en orden para su primera celebración. Además de revisar bien el confesionario, porque desde hoy mismo llevaré a cabo este sacramento, antes de iniciar la misa y durante ella, previniendo poder atender el mayor número de personas.
Pareciera ilógica la decisión del obispo, de permitirme efectuar las confesiones; no obstante, con este detalle estaríamos trasmitiendo la certeza, de no tener nada que esconder respecto a lo que paso, sin remordimientos ni culpas.
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CONFESIÓN (de Jesús Montiel)
RandomWilliam es un sacerdote convencido de sus convicciones religiosas; sin embargo, el rutinario y metódico rito eclesiástico le ocasiona una mala jugada, cuando uno de sus fieles le ruega atención por encima de la monótona celebración religiosa, devini...