Viento

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En algún fragmento indeterminado del tiempo, posiblemente muchos años antes de que se alcanzara el equilibrio, existían personas sin ninguna preocupación especial acerca de las nubes grises que se cernían sobre ellas.

Cada aspecto de nuestro mundo, que ahora parece negativo, para esta gente era un regalo y algo por lo cual estar agradecidos.

Pasaban sus días en paz, únicamente afanados por conseguir el alimento y el agua que necesitarían antes de que el sol diera su cuarta ronda tras las montañas.

Pasaban sus días en paz, únicamente afanados por conseguir el alimento y el agua que necesitarían antes de que el sol diera su cuarta ronda tras las montañas

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Un día, sin que nadie pudiera verlo venir o entenderlo, algunas personas comenzaron a manifestar dones extraordinarios, más allá de sus capacidades habituales. 

Algunos consiguieron fuerza incomparable, reduciendo drásticamente el tiempo en que sembraban y cosechaban la tierra. Otros, usualmente los de menos edad, mutaban de maneras extrañas adquiriendo resistencia a heridas o enfermedades, incluso la capacidad de sanar heridas en otros.

Todo el pueblo se alegró y, uniéndose unos a otros, comenzaron a usar sus dones para el bien.

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Quizá fuese por el hecho de vivir en paz, y eternamente agradecidos, que más y más dones les fueron dados, y no sólo eso, sino todas las cosas a su alrededor fueron mejorando poco a poco. 

Las cosechas eran abundantes, todos gozaban de excelente salud y cada aldeano disfrutaba de un bienestar mayor al que cualquiera en este mundo pudiese aspirar.

Sin embargo, no todos estaban conformes con permanecer por siempre en el campo y llevar esa vida sencilla y humilde que se había mantenido por tantas generaciones.

Los fuertes querían ir más allá de las montañas y vivir de una forma todavía más próspera que la conocida hasta ese momento. Querían que las bondades del pueblo alcanzaran los rincones más alejados del mundo y que el planeta entero fuera bendecido.

Entonces, el pueblo se dividió entre los fuertes nómadas, y los que escogieron continuar viviendo en los campos de trigo.



Esa tarde, una fuerte brisa sacudió bruscamente el bosque de bambú al sur de los campos. 

Casi se podía percibir cómo cada rama crujía con una melodía distinta, a la par de las pisadas de los animales que corrían aterrorizados, como si huyeran de un enemigo invisible.

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