CAPÍTULO XXI
A la mañana siguiente cuando Lizzie despertó, Darcy se acercó a ella y se sentó a su lado tomando su mano. Su mirada, aunque triste y brillante por las lágrimas, ya lo veía, y eso le daba una gran tranquilidad, a pesar de que el sufrimiento por su reciente pérdida era intenso. Darcy acarició su rostro y se acercó a su oído para decirle nuevamente esas palabras que hasta el día anterior le había repetido, pero que no habían sido atendidas. Lizzie resonaba esas frases en su memoria, como si las hubiera escuchado en un lejano y profundo sueño; esas palabras de aliento y de ternura que la habían mantenido en ese lugar, luchando interiormente con la insondable pena que estaba empezando a salir nuevamente a través de sus sollozos. Lizzie le dijo mientras Darcy prestaba atención:
–Soñé con mi padre y tenía a nuestro bebé en brazos. Era muy hermoso. Yo quería irme con ellos, pero mi padre se lo llevó… me sentí abandonada –explicó desolada.
–Mi niña, tu padre se ha ido pero yo me quedaré contigo –dijo, entendiendo el suplicio que compartía con ella.
–Perdóname por no darme cuenta de que tú también sufrías.
–Mi sufrimiento no tiene importancia si con él se acaba el tuyo.
Él la estrechó entre sus brazos.
Darcy ayudó a Lizzie a desayunar en la cama, el silencio era interrumpido de vez en cuando por el resuello de Lizzie a causa de su llanto, Darcy la tomó constantemente de la mano para brindarle su apoyo, comprendiendo lo que estaban viviendo, sabiendo que él tenía que mostrar toda su fortaleza para transmitírsela a su mujer, a pesar de que se sentía igualmente acongojado, terriblemente debilitado por la mortificación de su amada.
Lizzie no quería pensar en lo que había sucedido, lo había tratado de evitar desde que había recuperado la consciencia, pero el dolor que sentía era agudo y el recuerdo de su pequeño la abrumaba asiduamente. No quería comer, aun cuando su estómago le indicaba la necesidad de alimento, pero al ver la preocupación de su marido y su dedicación por cuidarla, accedió a tomar el almuerzo lentamente, mientras recordaba los años de sufrimiento que habían vivido anhelando el embarazo que había concluido tan abruptamente, al bebé que ahora los contemplaba desde el cielo y que sentía muy lejos de su corazón.
Cuando Lizzie terminó, Darcy desayunó a su lado observando su rostro bañado en lágrimas mientras rezaba en silencio para ser capaz de darle el consuelo que requería para salir adelante.
El Sr. Smith tocó a la puerta y anunció el arribo del Dr. Thatcher.
–Me da mucho gusto ver que ya ha desayunado Sra. Darcy, y usted también Sr. Darcy, son buenas noticias.
–Muchas gracias doctor –contestó él.
Darcy se retiró y el doctor revisó a Lizzie.
–Veo que ya se siente un poco mejor, eso me tranquiliza –indicó el Dr. Thatcher–. Es normal que se sienta tan triste, esta depresión pasará con los días, no se deje desanimar. Le pido que, para lograr su completa recuperación, se alimente y duerma bien, procure guardar reposo unos días más, no baje escaleras y, sobre todo, mucha serenidad.
–¿Era varón? –preguntó Lizzie limpiando su rostro que sentía permanentemente mojado.
–Sí, señora, le sugiero ponerle un nombre, para que usted le platique, él la escucha desde el cielo.
–Muchas gracias por todo, doctor.
–No tiene nada que agradecer. Usted sabe el gran afecto que le tengo a esta familia y usted se ha ganado también mi
cariño, le tengo especial estima. Me da mucho gusto haber podido servirle y seguiré rezando por ustedes.
El Dr. Thatcher salió de la habitación y enseguida conversó con Darcy:
ESTÁS LEYENDO
Los herederos del Sr. Darcy
RomancePor Teresa O´Hagan En esta obra, en la que continúa Elizabeth Darcy en Pemberley, es claramente una sorpresa para los lectores asiduos, y también para los nuevos. Si en la novela anterior la historia contaba la vida de Lizzie en su nuevo hogar, casa...