CAPÍTULO XLVI
Esta vez los bebés despertaron hasta la una de la mañana. Lizzie se levantó y tocó la campana para llamar a la Sra. Largorn, quien acudió a la habitación contigua donde la madre ya la esperaba para que los alimentara. Pasados tres cuartos de hora, Lizzie se los llevó nuevamente a su alcoba y se volvió a acostar donde su esposo la esperaba, abrazándola con cariño. Esta operación se repitió nuevamente a las cinco de la mañana. Después despertaron alrededor de las nueve, dando tiempo suficiente para que Lizzie pudiera descansar un poco más y desayunar con tranquilidad al lado de su esposo. Aun así, ella se veía deprimida y todavía muy adolorida, aunque ya no sangraba; a pesar de todo le dio de comer a sus pequeños, como el doctor indicó, antes de llamar a la nodriza.
Mientras Lizzie cumplía con su delicada e importante labor, Darcy le comentó algunas novedades que había leído en el periódico, pero ella no escuchó, ya que trataba de soportar en silencio el dolor que todavía sentía. Cuando el pequeño empezó a comer del otro lado, Lizzie no pudo evitar que las lágrimas brotaran de sus ojos, percibiendo un dolor que se pronunciaba con el paso del tiempo. Darcy, al notar la
incomodidad de su esposa, aun cuando ella cuidó de secarse el rostro, le dijo preocupado:
–¿Es muy doloroso?
–Sí, mucho. También me duele el vientre.
–¿Es normal? –preguntó preocupado.
–Me dijo el doctor que sí. ¡Y pensar que la Sra. Largorn lo hace con tanta facilidad!, hasta diría yo que le es agradable.
–Así te veré en un par de meses, o tal vez menos, y recordaremos de estos días sólo lo placentero.
–¡Me había imaginado tan diferente estos días! –suspiró Lizzie mientras otras lágrimas surgían de sus ojos–. Mi madre tenía razón: es muy diferente cuidar a hijos propios que ajenos. Cada vez que oigo el llanto de alguno de nuestros hijos siento que ponen a prueba mi cariño hacia ellos, como si quisieran calificar mi deficiente desempeño al cuidarlos o alimentarlos, en hacerlos sentir amados. Recuerdo que con Diana era tan fácil mimarla y dormirla en mis brazos. Cada vez que los cargo pienso que seré incapaz de consolarlos y lograr que se duerman. Me siento desarmada, torpe para hacerlos sentir bien, me pregunto si podré cuidarlos, ¿cómo saber si lloran por hambre, por sueño o por alguna dolencia?, no estoy segura de poder
producir suficiente leche para los dos, si podré hacerlos felices mientras estén a mi lado…
–Lizzie –indicó conmovido acariciando su rostro–, es normal que estés tan afligida e insegura, nos lo dijo el doctor hace unas semanas y verás que pasará en unos días. Te aseguro que ellos sienten el amor que les tienes, aunque no los pudieras alimentar. El calor del cariño de una madre es incomparable, ella es la única que se los puede dar y tendrás toda una vida para regalárselos. Estoy convencido de que serás una madre maravillosa, como maravillosa eres como esposa.
Darcy la besó en la frente y la abrazó con cariño. Después de unos momentos, Lizzie dijo:
–¿Te quedarás conmigo todo el día?
–Sí, sólo vendrá Fitzwilliam unos minutos.
–Tendré que llamar a la Sra. Largorn, me estoy lastimando mucho otra vez.
Darcy la besó en la mejilla, se puso de pie y tocó la campana para hablar a la nodriza. Pasados unos minutos ella tocó a la puerta y Darcy le permitió el acceso. Él regresó para despedirse de Lizzie e indicarle que estaría en su despacho.
–¿Ya llegó Fitzwilliam?
–No, me dijo que vendría por la tarde.
–Te extraño mucho cuando te vas –insinuó con cariño.
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Los herederos del Sr. Darcy
RomancePor Teresa O´Hagan En esta obra, en la que continúa Elizabeth Darcy en Pemberley, es claramente una sorpresa para los lectores asiduos, y también para los nuevos. Si en la novela anterior la historia contaba la vida de Lizzie en su nuevo hogar, casa...