CAPÍTULO LI
Era viernes y ya estaba todo listo para el bautismo que se celebraría a medio día. Las Bennet iban a llegar directamente a Curzon, aunque después se hospedarían unos días en la residencia de los Darcy. Los Bingley habían arribado el día anterior y se albergaban en Grosvenor, ya que Bingley quería visitar a su hermana. Desde temprano Lizzie se había levantado para tener a sus hijos arreglados y dirigirse a casa de Georgiana a buena hora para supervisar que todo estuviera preparado. Darcy salió a cabalgar al amanecer y, después del desayuno, resolvió algunos asuntos con Fitzwilliam en la ciudad para posteriormente alcanzar a su familia en el lugar del evento.
Lizzie, aunque sentía desconsuelo por el creciente alejamiento de su esposo, estaba muy ilusionada y se atavió con un vestido marfil, el que más le gustaba a Darcy, con el cual lucía un escote que resaltaba su esbelta figura, adornado con el prendedor de oro en forma de paloma con una rama de olivo que Darcy le había regalado en su primer cumpleaños de casada, acompañado por unos aretes del mismo metal con un detalle de esmeralda que le hacía juego. Peinó y decoró su cabello de una manera diferente a como
acostumbraba y se veía excepcionalmente bonita. Ella llegó con sus hijos y con los Sres. Churchill antes que los invitados, supervisó y apoyó para que todo estuviera listo a la llegada del pastor y de los asistentes.
Las primeras en llegar fueron las Bennet y, al cabo de un rato, arribaron los Sres. Gardiner y los Bingley. Lizzie y sus anfitriones recibieron a los convidados, quienes, después de saludar y felicitar a la Sra. Darcy y a los padrinos, preguntaron por el paradero del nuevo padre, extrañados de no encontrarlo en la reunión. Lizzie indicó que ya no tardaría y se acercaron a ver a los bebés. La Sra. Gardiner abrazó a su sobrina afectuosamente para darle sus parabienes y ella agradeció su atención. Pasaron unos minutos en que conversaron de algún asunto que Lizzie no atendió y el pastor llegó; sólo faltaba que el padre de las criaturas se presentara para poder comenzar la ceremonia. Transcurrió el tiempo y Lizzie, nerviosa por la extraña tardanza de su marido, suspiró cuando escuchó su voz al saludar al mayordomo. Darcy y Fitzwilliam se introdujeron al salón principal donde todos los esperaban. Darcy, en la puerta, se paralizó al contemplar la belleza de su mujer al fondo de la habitación, quien aguardaba su advenimiento con una esplendorosa sonrisa. Cuando pudo retomar el paso, saludó
y correspondió las felicitaciones que todos le prodigaron. Darcy, sin dejar de admirar a su esposa, se avecinó a su lado para empezar la ceremonia.
El pastor inició con el rito. Los padres atendían con solicitud mientras los bebés eran cargados por Jane y por el Dr. Donohue. Georgiana, sentada al lado de su marido, escuchaba y oraba por su ahijado. Cuando concluyó la ceremonia Darcy besó a su mujer en la frente con magnánimo cariño, ella sintió que su corazón se inundaba de una enorme felicidad y le sonrió con una mirada muy especial que sólo ellos conocían: él la había observado en la intimidad, una mirada que lo estremeció y que lo invitaba a besarla y a amarla con todo su ser, devolviéndole la confianza en sí mismo.
Los padres y los padrinos fueron congratulados por sus familiares y el pastor se marchó. Desde ese momento Lizzie empezó a irradiar una alegría y una seguridad en sí misma que, si bien era conocida por todos, no se le había visto en las últimas semanas, lo cual provocó que Darcy la contemplara durante toda la reunión, sintiéndose especialmente gozoso y recordando a esa mujer encantadora que lo tenía perdidamente enamorado, sin
hacer caso de las glosas que absurdamente hacían su suegra y su cuñada.
Casi al finalizar la cena, la Sra. Churchill avisó a Lizzie que los bebés demandaban su atención; ella se levantó de la mesa y se retiró a la alcoba donde se encontraban sus hijos, mientras la Sra. Churchill permaneció ayudando a servir el té en el salón principal, a donde los invitados se dirigían. Lizzie alimentó a sus hijos mientras los acariciaba con apego y reflexionaba que desde ese día ya eran hijos de Dios. Cuando lactaba a Christopher se escuchó que se abría la puerta y ella, asustada, se cubrió rápidamente con una cobija de lana que estaba a su alcance y suspiró de alivio al ver que era su marido. Él se acercó, se sentó a su lado, la observó tiernamente mientras rozaba su rostro y dijo:
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Los herederos del Sr. Darcy
RomancePor Teresa O´Hagan En esta obra, en la que continúa Elizabeth Darcy en Pemberley, es claramente una sorpresa para los lectores asiduos, y también para los nuevos. Si en la novela anterior la historia contaba la vida de Lizzie en su nuevo hogar, casa...