Prólogo

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Era de noche. Muy entrada la madrugada cuando me sacaron de aquel furgón negro arrastras.

Podía notar como la gravilla del suelo iba clavándose y rozándome las piernas. Ardía como el fuego. Intentaba gritar pero no podía, llevaba una mordaza en la boca que me lo impedía.

Tampoco tenía fuerzas, me sentía muy débil, agotada, como al borde de un precipicio.

Esa cosa que me inyectaron hizo su efecto, porque no podía ver unos metros más allá de mí. Apenas había luces en ese lugar y que fuera de noche tampoco ayudaba.

Me llevaban dos hombres corpulentos. No puede verles la cara en ningún momento, ni siquiera antes de que me drogasen, porque llevaban máscaras todo el tiempo.

Cuando entramos en la nave, había otros tres dentro, esperando. Continuaron arrastrándome hasta el centro, dónde me tiraron al suelo.

El más alto de los tres se acercó hasta mí y se agachó para estar a la misma altura que yo. Me sujetó la cara con fuerza, bajó la mordaza que llevaba y me miró fijamente con desprecio.

También llevaba máscara, por lo que solo podía ver sus ojos, eran azules, tan azules que no podía dejar de mirarlos.

Entonces con una voz grave, áspera y de tono escalofriante dijo:

- Aquí estás zorra.

Su voz me resultó familiar, pero en ese instante no fuí capaz de averiguar de quién era.

Tras unos segundos continuó diciendo:

- Me han dicho que fue difícil conseguir traerte hasta aquí, puta. Pero igualmente ahora estás conmigo, y vamos a pasar un buen rato.

Después de eso, me soltó la cara y me dió una gran bofetada. Recibí un gran golpe en la cabeza al darme contra el suelo. Perdí la vista por unos segundos, después empecé a ver todo borroso.

Podía notar el sabor metalizado que caracteriza a la sangre. Escupí todo lo que pude. Notaba un dolor en la parte trasera de la cabeza que aumentaba por momentos. 

Me levantaron del suelo y me ataron a una columna de la nave.

El hombre de ojos azules, se acercó de nuevo y comenzó a caminar dando vueltas alrededor de mí.

- Ni siquiera te has dado cuenta ¿Verdad?

- ¿De qué? - conseguí balbucear.

- Pues de dos cosas. La primera: lo que tienes a tan sólo unos metros de ti, mejor dicho... a quién tienes a tu lado.

Tenía los ojos llorosos del miedo que tenía. Respiré hondo y pestañeé varias veces para ver mejor. Parecía que la droga que me inyectaron no era muy fuerte ya que empezaba a ver con mayor nitidez.

Giré la cabeza a mi derecha y entonces lo ví.

Tirado en el suelo, sin vida, cubierto y rodeado por un gran charco de sangre con un cuchillo clavado hasta el fondo a la altura del corazón.

Verlo me impactó y lo único que hice fue vomitar. Bilis y sangre. Apoyé la cabeza contra la columna intentando calmar mi respiración, que se había acelerado hasta tal punto que me zumbaban los oídos.

- Y lo segundo... tú y yo nos conocemos de antes. ¿No sabes quién soy? 

Entonces un momento de lucidez pasó por mi mente y me dí cuenta de que, tal y como me estaba diciendo, yo le conocía. Sabía quién era perfectamente, y el muerto que tenía a tan sólo unos metros de mí, también. 


ASESINATO OCULTODonde viven las historias. Descúbrelo ahora