Capítulo 1

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Desde pequeña que Mara fue una niña especial. En la escuela y casa siempre fue callada, tranquila y obediente al igual que respetuosa. Siempre atenta a la pizarra y a los profesores, respetuosa con sus padres y pares. Con buenas calificaciones, pero nunca sobresaliente.

Las cosas cambiaban cuando estaba en los recreos o a la salida de la escuela. Solía echar carrera con los niños, jugar a la pelota o a quién duraba más tiempo colgado del fierro del arco, mientras las demás niñas pasaban de las muñecas a las esquelas y a los maquillajes. Mara siempre les ganaba a todos. A los niños de su curso, a los de otros cursos mismo nivel y hasta a los de niveles mayores. Por lo mismo, siempre era la primera en ser elegida cuando hacían grupos en clase de deportes porque sabían que con ella tenían la competencia ganada. Sobresalía tanto que los profesores le pidieron muchas veces que representara a la escuela. Ella nunca aceptaba explicando que le daba mucha vergüenza, aunque la verdad fuera otra.

Pero no era en el único aspecto en el que Mara resaltaba. El negro y largo de su cabello y lo blanco de su piel dieron mucho que hablar. De pequeña fue delgada y menuda, cualquiera pensaría que era delicada, pero si la desafiabas o provocabas, antes de vencerte, te miraba con sus grandes y profundos ojos oscuros tan seriamente que los niños creían que les miraba el alma.

Con los años, la delgada niña se convirtió en una atlética y alta mujer a quien nadie podía vencer.

La familia de Mara también mostraba un bajo perfil, no porque fuera parte de su personalidad, sino más bien porque guardaban un secreto: Pertenecían a un linaje de antiguos guerreros.

Nadie sabía con exactitud cuando habían aparecido, pero habían trabajado como guardianes de grandes reyes y familias aristocráticas desde la edad media. Escritos decían que había llegado un grupo de guerreros desde el norte y se habían asentado en Francia donde entrenaron a los mejores. Pero también había papiros del antiguo Egipto o de la Roma Imperial donde se aseguraba que estos mismos guerreros protegieron a la Hermosa Nefertiti o Cleopatra y sus amantes. Como también había dibujos de la dinastía japonesa de Jinmu Tenno, por el 660 a.C. donde se veía a estos guerreros y su característico blasón: Una espada fina que atravesaba en el centro el dibujo de un sol. En primera instancia, este era muy visible, bordado en sus ropas, pero con los años se fue empequeñeciendo conforme se hacía más grande el secreto de su existencia.

Mara sólo cargaba un pequeño broche dorado con esta figura que usaba escondido debajo del cuello de su blazer de la escuela.

Cada tarde desde los ocho años, lloviera o hiciera un intenso calor, invierno o verano, iba a entrenar las antiquísimas técnicas a la Gran Casa de los Caballeros de la Hermandad, a la que pertenecía bajo la tutela del Gran Maestro; un anciano de supuestamente 93 años, junto a tres maestros secundarios que le enseñaban historia, armas y a pelear. Gracias a ellos, hoy a sus 17 años, ya era la mejor.

Superaba con creces a sus compañeros, hombres, mujeres y muchas veces a sus propios tutores.

El Gran Maestro de los guerreros estaba seguro que ella lo reemplazaría cuando muriera y así se lo hizo saber a todos. Toda la enseñanza de Mara se debía basar en esta premisa.

Una tarde, mientras ella entrenaba y el Gran Maestro observaba desde los pasillos, éste la llamó con un fuerte golpe de su bastón en las baldosas de piedra. Sin dejar de entrenar, Mara miró de reojo para no perder de vista los ataques de su maestro de espadas y vio que el anciano hacía un gesto con las manos de que se acercara.

Mara esquivó rápidamente una estocada que venía dirigida a su hombro, giro en 360 grados y con una mano a gran velocidad dejó su espada a escasos centímetros del cuello de su oponente. La batalla se detuvo y unos segundos después, ella y su tutor se separaron, hicieron una reverencia y caminó donde el anciano.

La heroína de IshtarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora