Parte 1: Asegúrate de que nadie te vea

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Asegúrate de que nadie te vea salir
Capucha sobre tu cabeza, mantén tus ojos abajo
Dile a tus amigos que saliste a correr
Estarás sonrojada cuando regreses


Solo había aceptado salir a correr, cómo iba a saber que una cosa llevaría a otra y que estaría a punto de cambiar su vida para siempre...

Ya la había visto antes en el café de la esquina, salían a almorzar a la misma hora y no era su culpa que a la rubia en cuestión le gustara comer en el mismo lugar, tampoco era su culpa sentarse en las mesas de la entrada y que a la rubia le gustara sentarse en la mesa frente a ella.

Tampoco podía controlar qué esta, en lugar de sentarse dandole la espalda, se sentara viéndola de frente.

Ciertamente las primeras veces habían sido un poco incómodas pero luego de un par de semanas de que esta situación se volviera habitual, Catra había tomado la iniciativa un miércoles en que el café estaba lleno y solo quedaba una mesa disponible.

Sus miradas se encontraron (cómo lo hacían cada día) pero esta vez Catra se acerco para preguntarle si deseaba comer con ella, que realmente no le incomodaba compartir la mesa con la misteriosa rubia, la cual sin dudarlo aceptó la oferta.

Lo que comenzó un miércoles cualquiera se volvió su nueva rutina: Llegaban a la misma hora, pedían el menú ejecutivo del día, ambas caminaban hacía la misma mesa y platicaban de sus vidas y trabajos.

No tardaron mucho tiempo en darse cuenta que tenían mucho en común: padres fallecidos a temprana edad, una niñez y juventud un tanto dura, ambas habían obtenido becas universitarias por ser muy buenas en diferentes deportes aunque habían escogido carreras muy diferentes en universidades muy diferentes.

Pronto la media hora de almuerzo no era suficiente para ellas.

Luego de un poco de insistencia por parte de la rubia, Catra había aceptado darle su número y, aunque al principio se habían prometido solo chatear durante la noche, se encontraron chateando durante el día, la tarde y altas horas de la noche.

Para Catra esa rubia era todo lo que siempre soñó, alguien que realmente entendía su situación, alguien que no le tenía lastima por su pasado sino que había luchado tanto como ella, con los mismos gustos en música, arte, comida en fin era casi perfecta excepto por ese pequeño detalle en su dedo anular de la mano izquierda que aunque no era nada extravagante era una bandera roja grande y ondulante que Catra no podía ignorar del todo: La rubia estaba casada.

Catra quería evitar a toda costa el estar a solas con Adora (hasta su nombre le parecía perfecto) por más que lo negara, sabía que estaba empezando a tener sentimientos por la rubia, y si realmente quería mantenerse al margen debía poner todo de su parte.

Cuando la invito a correr por las noches, le aseguró que estarían otras amigas con ella y Catra no pudo resistirse a la oferta, hacer yoga estaba bien pero era una persona con mucha energía y correr por el parque que estaba a pocas cuadras de su apartamento no sonaba como una mala idea.

Las primeras semanas transcurrieron con normalidad.

A Perfuma la conocía de sus clases de yoga, Mermista y Sea Hawk no se habían interesado en ella en absoluto, solo Frosta, la pequeña cuñada de Adora le prestaba demasiada atención, por suerte solo los acompañaba los martes y jueves, de lunes a jueves corrían todos juntos, pero los viernes... los viernes eran solo Catra y Adora.

Relaciones ilícitas Donde viven las historias. Descúbrelo ahora