Capítulo. 1

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El mal tiempo lo hacía añorar una familia

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El mal tiempo lo hacía añorar una familia.

Afuera llovía lentamente, mientras pequeñas gotas escurrían empañando el cristal de su ventana. Su mirada se hallaba perdida en vagos pensamientos, con la esperanza de algún día encontrar un hogar, tener un padre y una madre a quien abrazar tan fuerte que su calidez pudiera derretir un trozo de hielo.

Habían transcurrido trece años desde que su madre había muerto. Nunca llegó a conocerla, moriría horas después de haberlo dado a luz. Desde entonces lloraba de vez en cuando, solo, en la pequeña habitación que tenía que compartir.

Recordaba a la señorita Brezz; alta, hermosa y jovial. Ella fue quien lo cuido durante mucho tiempo, en especial cuando era un indefenso crío. La señorita Brezz se marchó cuando él tenía cinco años, no sabía porque, tan sólo recordaba sus coloridos vestidos y su tez blanca y suave. Fue la única que le brindó sincero afecto durante su estadía.

Después de su ausencia no pudo conciliar la paz en su interior: los demás niños lo asustaban por diversión. El conserje una vez lo golpeó con su escoba. Eso ocurrió cuando tenía nueve, había aparecido corriendo en el pasillo y fue a chocar con el Señor Pelch; un anciano lunático que odiaba a los niños y no toleraba la indisciplina. Él trataba de escapar de Troy y sus amigos; lo querían encerrar en el baño de las niñas y había logrado escapar de las fauces de la vergüenza por una nimiedad de la suerte. Pero, cuando cruzó la barrera del peligro, impacto en los dominios del Señor Pelch y no pudo salir ileso, aquel anciano le atizó un buen golpe en sus delgadas pantorrillas. Un moretón se dibujó en sus piernas esa noche, y al día siguiente comenzó nuevamente su rutina, vivía escapando por los pasillos muy a menudo.

Esos momentos permanecían indelebles, mientras observaba el empañado cristal y escuchaba el gorjeó del agua que caía sin restricciones.

En ese momento cruzó otro fugaz recuerdo de sus días cautivo sobre los muros que rodeaban al orfanato.

...

El día había amanecido cálido, los colores se dibujaban perfectamente ante sus ojos, él había salido de la clase de la profesora Marsha, quien repartía la clase de aritmética (era sobresaliente en su clase y sentía simpatía hacia ella).

Esa mañana sonó el timbre y se retiró sin ninguna prisa, mientras el resto de sus compañeros corrían hacia el área de recreación donde se congregaban a jugar en los recesos. Sabía que allí estaría Troy y su pandilla, aunque no se atreverían a atacarlo ante la presencia de los adultos que los vigilaban.

Así que se dirigió a los desgastados columpios, se sentó en uno de ellos y comenzó a trabajar en la tarea de la profesora Briana. Dos niñas se acercaron sin que él se percatara, escucho sus voces a un costado y fue cuando alzó su vista; ambas poseían la misma estatura, la primera tenía el cabello rubio y lacio; el de su compañera era castaño, acompañado de muchas ondulaciones. Vestían el uniforme azulnaranja: a la altura del pecho se leía "Vida Esperanza", el nombre del orfanato que los albergaba.

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