Capítulo 5

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Casi se chocó contra el tablón por el salto que había dado al girarse, algo que, por supuesto, no había sido su intención cuando la había saludado.

Y se hubiera reído por su exagerada reacción si no fuese porque le miraba como si acabara de aparecerse ante ella el mismísimo Zeref.

—¿Qué demonios haces aquí? —le preguntó Lucy alterada—. Hace un momento no estabas.

—Acabo de llegar —le informó desconcertado.

—Me voy a casa... —se apresuró a decir ella, en cambio, tras esquivarle con la mirada baja.

Sin embargo, Natsu la cogió del brazo para detenerla.

—Espera, espera... Hace un momento estabas buscándonos una misión. ¿Por qué de repente te vas?

—No nos estaba buscando una misión —negó ella.

—Ah, ¿no? ¿Y qué hacías aquí?

—Buscaba una misión para mí.

Natsu abrió ligeramente la boca por la sorpresa y, un segundo después, suspiró con cansancio.

—Sigues enfadada conmigo —dedujo, y la cogió por ambos brazos cuando ella intentó soltarse—. Lo siento... de verdad que lo siento. No sabía que te afectaría tanto que leyera tu diario. No sé qué hacer para que me perdones. Si incluso he valorado escribir yo uno para dejártelo después.

—¿Un diario? ¿Tú? —Imaginarse a Natsu escribir en un cuaderno sus sentimientos más profundos era surrealista y, en cierta forma, hasta gracioso. Se habría reído si no fuese por lo tensa que estaba por tenerle enfrente de ella.

—Es que no sé qué hacer —le dijo inquieto—. No entiendo por qué te has molestado tanto. Pero si para que te sientas mejor quieres que lo escriba, lo haré.

—Eso no lo arreglaría —replicó.

—Lucy... —susurró apenado.

—¿En serio no ves que el problema no es el hecho de leer el diario?

—Y entonces, ¿qué ha sido?

—Que te has enterado de mis sentimientos y pensamientos más secretos.

—Pero si tampoco eran nada del otro mundo... —respondió confundido, porque el sexo era otro aspecto más dentro de una pareja, aunque hasta ese momento no lo hubieran abordado.

Sin embargo, un instante después, su cabeza hizo clic al registrar como era debido el matiz de «secretos». Por primera vez, Natsu empezó a intuir dónde estaba el problema. Al parecer, lo que Lucy no quería era que supiera el contenido de sus fantasías. Quizás la avergonzaba el hecho de que él supiera con lo que fantaseaba.

—¿Cómo puedes decir que no son nada del otro mundo? —preguntó Lucy con cuidado y, por fin, se atrevió a mirarle a la cara. ¿Podría ser posible que realmente fuese tan idiota como para no haberlo entendido?, pensó.

—Porque no lo son... o al menos, no para mí —matizó.

Y ahí acabó su pequeña esperanza. No era que no se hubiese enterado de lo que sentía por él, sino que le importaba un comino que estuviera enamorada de él. Que desechara de esa forma tan insensible su amor fue un duro golpe para ella. Casi sintió cómo se resquebrajaba su propio corazón.

—De hecho —continuó él sin darse cuenta del estado de ella—, de todo lo que leí, lo que más me preocupó fue lo que hiciste ayer.

—¿Lo que hice ayer? —titubeó con confusión.

—Sí —le reprochó—. Si tan mal te sentó lo de las cartas, ¿por qué no me dijiste que las dejara? ¿Te puedes hacer una idea de cómo me quedé al leer que te habías llevado un disgusto para nada sólo por no decírmelo?

Lo que se da por hecho, ¿es verdad?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora