Capítulo 4: El respeto, ¿un derecho universal que debe ganarse? (Maratón 1/2)

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Esas palabras seguían repitiéndose en mi mente

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Esas palabras seguían repitiéndose en mi mente. Sabía que la única manera de salir victoriosa era usar la cabeza, sin involucrar al débil corazón. Había mantenido la razón al mando, conociendo se trata de una mejor consejera, pero pese a mis esfuerzos no podían olvidar que me trataba de una persona con emociones que no aceptan sugerencia. Pensándolo a fondo, sentir es una prueba de nuestra libertad.

Quería enfrentar al mundo por mí misma, pero resultaba complicado sobrevivir a semejante tarea sin heridas nuevas. Me encontraba agobiada por el abrupto cambio, necesitaba liberarme de una vez del nudo que ataba mi pecho, de los líos después de mensajes, secretos y claves que no entendía de nuevo. Buscaba un poco de claridad, una mano guía que me enseñara el camino ensombrecido por el polvo que levantó el terremoto. Nunca me hizo tanto falta un abrazo, unas palabras de consuelo que me aseguraran todo iría bien, que todo pasaría. Es horrible librar una batalla en solitario.

Por esa razón apenas vi a mi madre bajar las escaleras, impecable y con una dulce sonrisa que parecía capaz de sanar cualquier daño, que desaparecí la distancia entre ambos refugiándome en sus brazos como una niña que huye de una pesadilla. Aferrándome a su calidez en la nevada de mi alma. Quería bajar los escudos un instante, mostrar los trozos sobrevivientes.

—Mamá... —susurré escondiendo la cabeza. Apreté los labios para no llorar. Me separé para verla a los ojos, agradeciendo hallar una pizca de amor por mí.

—¿Estás bien, Jessica? —preguntó angustiada—. Te ves terrible —opinó acunando mi mejilla. Un cariñoso gesto que inició una avalancha que me enterró al fondo del abismo.

—Es sobre Rafael —confesé adolorida. Con ella no quería fingir, no podía mantener esa farsa con todos. Abrió los ojos sorprendida, pasó su brazo por mis hombros guiándome hasta el sofá en la sala. Me dejé caer sin fuerzas. Mamá acarició mi cabello esperando hilara una explicación, pero no fui capaz de dejar de llorar ahora que el llanto había encontrado la ansiosa salida.

—Respóndeme, Jessica, ¿te pidió el divorcio? —cuestionó perdiendo la paciencia. 

—No —titubeé despacio, molesta porque fuera su principal preocupación. Suspiró aliviada antes de pedirle a Josefa, que aguardaba al costado de la puerta, me trajera un té para calmarme. Limpié una lágrima, sintiéndome vacía ante su pasiva reacción—. Yo se lo pediré.

—¿Qué sucedió? —cuestionó cuidadosa. Su temple me dolió. Mamá siempre fue una mujer que no dejaba que las emociones la dominaran, casi rozando la indiferencia. Sin embargo, imaginé que en este caso haría una excepción.

—Me está engañando —escupí de golpe, sin retenerlo, la última sílaba tembló en mis labios. Mamá no escondió una mueca de asombro. Perdió el habla un segundo, pero se repuso sin dejar rastros.

—¿Cómo te enteraste? —curioseó. Sus ojos se mantuvieron en los míos, impidiéndome mentir.

—Alguien me lo dijo.

Tu boca sabe a traiciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora