II.-Eterno amor

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Estando frente al deteriorado edificio comenzó a imaginar multitud de cosas que lo hacían empequeñecerse, pensaba que esa ocasión todo estaba en su contra de mil formas posibles. "No importa que es lo que haga quizá ya no sea suficiente", "pero igual no puedo fallarle tengo que resolverlo, tiempo atrás no me sería complicado" era parte de lo que decía para sí mismo, se encontraba absorto por la misión que se había encomendado cumplir como muchas otras veces, pero de todas ellas esta era diferente, un sentimiento de melancolía lo acompañaba, tantas cosas en una misma tarea lo agobiaban cada vez más y poco a poco sus extremidades ardían por el esfuerzo que había realizado solo para llegar hasta ahí.

El cansancio de su alma errante y solitaria, la pesadez de las miradas que recibía de aquellos que salían del edificio. Sacrificios inútiles que se negaba a abandonar (aferrado al recuerdo de épocas donde aquellas miradas no significaban nada pues tenía aquello que llenaba su ser de una firmeza y calidez indescriptibles) a pesar de que sus memorias lo inundaban con un recuerdo que le dañaba más el hecho de serlo que lo que había en él acompañado de una brisa helada.

Llevaba alrededor de 10 minutos parado frente a aquella construcción prestando poca atención a los que de ahí salían, habría seguido así hasta encontrarse con una solución a su dilema si no hubiese sido por una joven que se acercó para curiosear entre los revueltos recuerdos del hombre sombrío y triste.

—Disculpe, ¿puedo ayudarle en algo?

—¡Si! —no pudo ocultar su emoción, pero al mirar que la chica habría retrocedido bajo el tono, quería explicar porqué estaba ahí pero tardó en hilar sus ideas. La indecisión en la mirada de la chica no se hizo esperar, parecía que se planteaba el haberle ofrecido ayuda.

—Quiero decir, claro, no se como pedir esto me es tan extraño como lo es para ti.

—No se preocupe yo me he ofrecido ayudarle así que dígame e intentare hacerlo.

—Si, como le explico— Guardó silencio no sabía si la chica de verdad lo ayudaría con lo que necesitaba, le era tan impersonal el pedir ayuda, se consoló diciendo que lo valía.

Luego de una charla en la que el viejo se sentía herido en su ego logró conseguir aquello que necesitaba, con una sonrisa y los ojos hundidos en lágrimas partió rumbo a donde se encontraba la razón de su felicidad, que a pesar de ya no ser tangible como el desearía, le provoca un estremecimiento nervioso por la timidez del amor, con el alma entre la tristeza de aquello que ya no se tiene, casi sin notar cuanto recorrieron sus cansados pasos llegó hasta donde se encontraba la felicidad de todo lo que su eterna enamorada pudo darle.

Cuando lo noto ya estaba frente a ella, el amor de toda una vida.

—Querida mía, Olga mi amor, al fin pude traerte los narcisos que tanto adoras, aun me duele el que te hayas ido.

Relatos de un aficionadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora