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"Aprendieron a lastimarme sin ponerme una mano encima".

Lali estaba abrumada por tanto escándalo que se formó en la entrada del colegio. Ahorita se encontraba sentada debajo de un árbol, con sus piernas cruzadas y su cabeza reposada en ellas. Las voces de sus compañeros aún resonaban en su mente, recordándole el caos y la incomprensión que se había desatado apenas unos minutos antes.

A veces le cuesta entender cómo la gente puede hacer tanto daño sin siquiera darse cuenta. Los rumores que habían volado por los pasillos, las miradas despectivas y las risas maliciosas habían sido demasiados para ella. Todo lo que quería era un poco de paz, un momento para respirar y pensar en qué había salido mal. Lali siempre había sido una chica tranquila, alguien que prefería los libros y la calma de la naturaleza a las peleas y el drama escolar.

Se sentía invadida por una tristeza profunda; no había un solo día en que no pensara en su mamá. Los recuerdos de ella la asaltaban a diario, llenando su mente de imágenes de su niñez que tanto anhelaba revivir. La vida actual le parecía vacía y sombría en comparación con aquellos días llenos de amor y música. Detestaba las responsabilidades y las presiones de su vida adolescente, y en su corazón, deseaba volver a ser la niña que encontraba consuelo en los brazos de su madre.

Cada noche, antes de dormir, Lali revivía los momentos en que su madre entraba a su habitación, llevando consigo su inseparable guitarra. La voz suave y melodiosa de su madre llenaba el cuarto, creando un refugio de paz y calidez. No había noche en que su madre no le cantara una canción, y esas melodías se habían convertido en el ancla de su niñez. Pero ahora, esas canciones eran solo ecos lejanos que resonaban dolorosamente en su memoria.

La pérdida de su madre dejó una herida abierta en su corazón. Con el paso del tiempo, la ausencia se hizo más palpable y dolorosa. Como adolescente, Lali sentía la necesidad de su madre más que nunca; anhelaba su presencia, su consejo, y sobre todo, el amor incondicional que le brindaba. La guitarra, que aún guardaba en su habitación, se había convertido en un símbolo de lo que había perdido y de lo que aún le daba fuerzas para seguir adelante, recordándole cada noche que el amor de su madre perdura en cada nota y en cada canción.

Mirando las hojas del árbol ondear suavemente con el viento, Lali se preguntaba si algún día las cosas cambiarían. Deseaba con todas sus fuerzas que la bondad y la empatía prevalezcan sobre la crueldad y la indiferencia. Cerró los ojos e intentó imaginar un mundo diferente, uno donde las personas se cuidaran unas a otras y donde el entendimiento y la compasión fueran la norma.

El suave murmullo de las hojas y el canto lejano de los pájaros le dieron un rayo de esperanza, un pequeño consuelo en medio del tumulto en su corazón.

Trato de relajarse y meditar, intentando alejar todos esos pensamientos que la ponían triste. La sombra del árbol era su refugio, un pequeño escape de la realidad del colegio que tanto la agobiaba. Sin embargo, su intento de encontrar paz se interrumpió cuando su celular empezó a sonar.

Con muy pocas ganas, Lali contestó.

—Hola, Agus —dijo Lali con voz apagada.

—Lali, ¿dónde te has metido? No te vi en clases —preguntó Agustín, visiblemente preocupado—. ¿Estás bien?

—Sí, más o menos —respondió ella, tratando de sonar despreocupada.

—Hay algo que necesitas saber. Han subido un vídeo tuyo a internet —dijo Agus con tono serio.

El corazón de Lali dio un vuelco.

—¿Qué vídeo? No he visto nada —respondió, tratando de mantener la calma.

Nunca te alejes de mi©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora