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“Es más fácil sonreír que explicar porque estás triste.

Después del colegio llegué a casa, comí unos exquisitos espaguetis preparados por mí, obviamente, ya que solo vivo con mi papá, al terminar de comer me fui a dar una vuelta por los alrededores.

A estas horas no me gusta estar en casa, papá se pone mal y prefiero evitar pasar mal rato con él.

Caminé y caminé, hasta llegar a un pequeño parque y una plaza, niños jugaban y corrían por todo el lugar. Sonreí, amaba a los niños, eran los únicos que podían sacarme una sonrisa y hacerme reír, a parte de los animales. Me senté en un banco cerca de los columpios a ver como los niños jugaban. En ese momento, mientras admiraba esa hermosa escena de los pequeños, una pelota de futbol rodó hacia mis pies.

Me agaché y la tomé en mis manos, miré a mi alrededor buscando con la mirada a la persona dueña de la pelota.

Una pequeña niña de unos 6 años se acercó a mi corriendo.

—Hola —dijo la niña sonriendo.

Sonreí, la pequeña llevaba una cola de caballo con dos mechones en cada lado de su cara. Traía un vestido rosado, unas zapatillas tipo ballet de color negro. Sus ojos eran azul cielo y su cabello castaño claro, sin duda era hermosa.

—Hola —dije devolviéndole la sonrisa.

—¿Podrías darme la pelota de mi hermano? —dijo con una voz tan angelical que era inevitable no tener ganas de abrazarla por el resto de tu vida.

—Por supuesto princesa, toma —dije entregándole la pelota con una sonrisa en mis labios.

—Gracias —dijo sonriendo.

Se volteó para irse corriendo pero luego volvió hacia mí, se acercó a mi rostro y me dio un beso en la mejilla.

—¿Y eso? —dije sorprendida.

—No sé, algo me decía que te lo diera —dijo encogiéndose de hombros.

—Eres muy tierna, ¿Sabes? —dije sonriéndole.

—¡Alai! —se escuchó una voz a lo lejos.

—Me tengo que ir, adiós —dijo y se fue corriendo.

—Espe... —grité pero ya se había ido—. ra... —susurré concluyendo la palabra.

—Ay no, no puede ser —dijo una persona a mis espaldas. Me voltee y era Paula—. Esto es el colmo, verte en el colegio y también afuera —dijo fastidiada.

—Yo no tengo la culpa —dije en voz baja.

Paula miró a ambos lados. La gente comenzaba a irse, el sol ya se despedía y la luna hacia su llegada. Se acercó a mi y me tomó por el brazo.

—Estúpida, te dejaré algo muy claro —me dijo apretando mi brazo fuertemente.

—Suéltame —le dije en un hilo de voz.

—No te hagas la mosquita muerta querida, sé todo lo que estás tramando, te juro que si no paras con esto te mataré con mis propias manos, ¿Entendiste? —me amenazó.

—¿De que hablas Paula? —le pregunté desconcertada en un hilo de voz.

—No te hagas, sabes muy bien de lo que te estoy hablando, estás advertida —dijo y soltó mi brazo haciéndome caer al suelo.

Respiraba agitadamente, me faltaba aire.

—Adiós —me dijo y se fue.

¿Qué demonios le hice a esa chica para que me trate de esa manera?

Respiré hondo y me levanté.

Decidí irme ya hacia mi casa, me detuve cuando sentí que algo vibraba en mi bolsillo, era mi celular.

Mi papá.

[Llamada telefónica]

—¿Dónde demonios estás? —gritó provocando que despegara el celular de mi oreja.

—Ya estoy de camino a casa, tranquilo, se me pasó el tiempo.

—Te quiero aquí en 10 minutos —dijo y me colgó.

[Fin de la llamada]

Después de 5 minutos ya estaba en frente de mi casa. Caminé hacia la puerta principal, abrí y cerré la puerta detrás de mi.

—¡Lali! —gritó mi padre haciendo que me asustara.

Venía hacia mí y claramente se veía que estaba borracho.

*Narrador omnisciente*.

—¿Puedes dejar de beber esa basura? —preguntó Lali. Ya estaba muy preocupada por su padre.

—¡Que te calles! —respondió él a su comentario.

—Papá lo hago por ti —dijo ella—. ¿Quieres terminar mal? ¿Muerto? O cualquier cosa.

—No me digas que hacer —respondió su padre—. Sé lo que hago. Ya no me hagas enfadar.

—Extraño a mamá... —susurró ella. Se quedó pensativa, una lágrima pasaba por su mejilla.

—Ya no llores estúpida —dijo su padre. Suspiró y bebió un poco más—. Ella ya no está. Acostúmbrate, ella está muerta. ¿Ok?

—¿Por qué eres tan malo? ¿Por qué, que te hice? —preguntó Lali. Ella trató de no quebrarse en llanto.

—A ti eso no te importa. Será por algo, ¿no? —respondió él a la pregunta de su hija.

—¿Sabes algo?

—¿Qué me dirás ahora? —dijo él. Bebió otro poco más de su whisky.

—¡Te odio! ¡Y demasiado! —dijo ya muy enfadada.

—¿Sabes qué? No me interesa —respondió su padre.

Ella se levantó de la silla. Tomó su libro y caminó rápidamente a su habitación. ¿Su padre siempre se comportaba así frente a su hija?

Se encerró con llave en su habitación. Se lanzó rendida a su cama y se quedó pensativa por unos minutos. Su vida era un completo infierno según ella.

No pensó más y se levantó de su cama. Abrió cada uno de los cajones de su mueble y empezó a buscar. Era curioso. Ya terminada la búsqueda tenía una navaja en sus manos.

—No aguanto más... —se dijo ella misma en su mente.

Comenzó a pasar lentamente su navaja por su muñeca. Lentamente pasaba la navaja, hasta que logró hacerse un pequeño corte.

Siguió pasando la navaja por su muñeca, esta vez la pasaba lentamente pero mantenía firme la navaja en su mano. Logró hacer un gran corte en su muñeca. Trató de no quejarse del dolor.

—Mi vida es una mierda, un infierno... —susurró ella. Una lágrima logró caer.

Se la pasó la tarde encerrada en su habitación cortándose. Dejó la navaja a un lado y se quedó pensativa unos minutos. A ella definitivamente le sucedía algo. Cubrió su muñeca con unas de sus pulseras y salió por la puerta de su habitación. Caminó hacia la puerta de salida, giró la manilla de la puerta y salió de la casa.

Se subió a un taxi y la llevó a una cafetería. Ella bajó del taxi y entró tranquilamente en la cafetería. Estaba mal, muy mal. Se sentó solitaria en un rincón, en una mesa junto a la ventana y se quedó observando hacia afuera, mirando distraídamente. Un simpático chico caminó hacia ella. Tenía una sonrisa que sin pensarlo enamoraba a todas las chicas y también una linda mirada. Él se quedó mirando a Lali. Hasta que ella notó la presencia del chico.

—Hola... —dijo él sonriendo—. ¿Puedo acompañarte? —ella secó sus lágrimas y volteo a verlo sin entender.

"Dicen que a la tristeza le gusta disfrazarse de enojo. En un principio, creo que eso fue lo que pasó en mi. Pero no duró mucho tiempo. Poco tiempo después demostró su verdadera cara, era la tristeza, en su mayor esplendor, u oscuridad".

Nunca te alejes de mi©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora