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Lunes. 20 de Abril, 2020

Durante esta semana, aquella mesa del fondo estaba siendo adornada con la misma persona que usaba distintos colores de buzo y que tomaba siempre el mismo té.

Rojo, amarillo, celeste, rosado...

¿El de ahora? Era morado. Su computadora y libreta la acompañaban, por momentos se le veía haciendo garabatos entre las páginas, pero segundos después —y si se prestaba atención— se podían escuchar sus dedos moverse rápidamente sobre las teclas.

¿Qué tanto escribía?

—Luke, eh...—habló Mackenna—: no está bien,—escuché—: ¡Coño, Luke presta atención!

Saliendo de la ensoñación me di cuenta de en vez de direccionar el helado al vasito, lo había dejado caer en mi mano.

—Dios, ¿En qué mundo estás?

—Lo siento—dejando el vaso a un lado, fuí hasta el lavabo para poder quitarme lo pegajoso del helado de vainilla.

Aproveché y me lave el rostro, una y otra vez con agua fría. No me podía confiar con el hecho de ser amigo de todos en el local, un trabajo es un trabajo, y si ocurrían más despistes como estos podría perjudicar mi puesto.

Cuando regresé a la barra ya Mackenna le había dado el helado a la niña que lo estaba pacientemente, agradecí no verle el rostro cuando su postre había aterrizado sin querer en mi mano.

Que vergüenza.

—¿Problemas?—me habló la pelirroja—:¿Algo que hablar en la mesa?

Sonreí a medias.

—No,—le contesté volviendo a la barra, mis ojos cayeron en la mesa del fondo—: No por ahora.

Al volver la vista a Mackenna, ella miraba al mismo punto al que yo lo había hecho anteriormente. Tragué duro.

«No preguntes, no preguntes...»

—¿Seguro, pillín?—se burló, regresando su mirada hacía mi y hacía ella, varias veces.

Asentí.

—Bien, pero...—se encogió de hombros, alcé la ceja y ella se carcajeo—: siempre pide lo mismo, un té de durazno.

—¿Quién?

Hacerme el desentendido podría funcionar.

—No te hagas el estúpido ahora—me acusó sin mirarme, regresando a la caja registradora—: Cuando viene tu sigues en clases, normalmente aparece 20 minutos o quizás 15 antes que llegues.

No sabía cómo tomar esa información, ni siquiera cómo sentirme al respecto. No me tendría porque importar.

—Si quieres,—divagó, sabiendo que tenía mi atención—: Mañana la hago esperar para que tú la atiendas.

Involuntariamente, me mordí el labio inferior. ¿Quería hacerlo?

Dejando a la pelirroja en su sitio, haciendo caso omiso a su propuesta, busqué el trapo de limpieza y en propósito de distracción lo pasé por el mesón.

En varias ocasiones me distraje mirando hacia el fondo, de nuevo. Su pierna derecha se movía de arriba abajo rápidamente, ¿Nerviosismo? ¿Ansiedad? ¿Impaciencia? No podía escuchar nada, el local estaba lleno.

Sentía curiosidad, tenía que admitirlo. Pero, ¿Tengo tanta para aceptar hacer aquello que se me ofrecía en bandeja de plata?

Por segundos su mirada se alzó de su libreta, prestó atención al niño que caminaba a su lado. El mismo se dirigía hacia los juegos del fondo, pasaba varias veces porque la mesa de lo que parecían sus papás estaba al lado de la de ella. Su mirada se llenó de melancolía al ver al pequeño siendo abrazado por sus padres.

«¿Tendrá problemas?»

Es muy feo cargar tristeza en los ojos. Acepto que hay momentos en los que uno no siente nada, que todo es neutral, que solamente se está y ya. Pero una cosa que es abierta para el ojo público son los dos extremos de la línea neutra, la felicidad y la tristeza.

La felicidad la noto en la inocencia de los niños, recibir su juguete o su merienda los hace felices, una felicidad que me atrevo a comparar con la de algún adulto recibiendo un aumento de salario. No se si está bien comparar la felicidad con inocencia pero me aferro a ese concepto porque en realidad, es así.

¿Qué pasa cuando uno está feliz? Hay un brillo, una capa que rodea cada aura que hace que los demás lo noten. Cada quien tiene su propio concepto de felicidad porque ninguno va a entender la visión de la otra persona, nunca.

Cada quien ve lo que ve, y cada quien se emociona por lo que quiere. La felicidad es una sensación tan plena, pero tan delgada. Que con lo más mínimo se puede desplomar, por eso me atrevo a llamarla inocente.

Pero en cambio, ¿La tristeza? Es lo que noto en su postura, no he llegado a detallar sus ojos pero estoy seguro que si me acercó más que aquella vez podré ver lo que no quiero. A otra persona débil de mente, a otra persona que se piensa demás las cosas.

Como yo.

—Mack—dije para llamar su atención.

Volteó a verme.

Es difícil salir del hoyo propio, cuesta conseguir aquella mínima tranquilidad mental que hace que las cosas fluyan de forma sana. Pero vale la pena intentarlo, yo pude.

Y si yo lo hice, ¿Por qué los demás no?

A veces, lo que hace falta es tener algo a lo que aferrarse. Algo o alguien que no te permita caer tan hondo, ¿Ella lo tendrá?

Tal vez si, tal vez no o quizás no el suficiente. No lo sé. Pero lo que si tengo claro es que no estoy listo para encontrarme con más personas deprimidas, con más personas llenas de tristeza, y se que no es contagioso pero he intentado todo lo posible por mantenerme rodeado de gente alegre, gente llena de vida que me empuje hasta ese mismo extremo.

Y sé que ella no parece ser así.

—Tal vez otro día.

Contesté y no hizo falta que le explicara a qué me refería. Ella sabía.

BUTTERFLY || Luke Hemmings || lrm Donde viven las historias. Descúbrelo ahora