CAPÍTULO 3

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Me gusta hacer ejercicio.

Es una de las pocas cosas que disfruto hacer además de patinar. Cuando hago alguna de estas dos actividades mis pensamientos se disipan, es como si mi mente quedara en blanco. No hay nada por lo que preocuparme. Solo soy yo, viviendo el momento.

Es la única forma de escape que encuentro.

Detengo la caminadora al tiempo en que la canción termina, sudor se desliza por mi frente y abdomen, mis piernas duelen. Busco la botella de agua que he traído conmigo y bebo hasta saciar mi sed. Luego de manera mecánica tomo mis cosas de la banca frente a la caminadora, incluyendo el móvil. El reloj en la pantalla de bloqueo indica que son las 8:05a.m, tacho de la lista de tareas el hacer ejercicio.

Doy un último vistazo al gimnasio vacío, pues casi nadie suele usarlo, antes de salir. Ignoro el elevador y vuelvo a utilizar las escaleras como hice al llegar, después de todo ya estoy sudada.

Respiro de forma errática cuando llego al piso siete y estoy frente a la puerta, solo es cuestión de que me adentre a la sala para encontrarme con una mirada bicolor sonriendo ansiosamente.

—¡Por fin llegas!

—¿Ocurre algo? Tu no sueles despertar temprano.

Miro a Dash de arriba a abajo pero no hay nada extraño, solo es ella vistiendo una de sus típicas pijamas monocromáticas.

—Que exagerada eres, no todos podemos despertarnos a las seis.

Voy a la cocina en busca de más agua, la rubia me sigue.

—Escupelo de una vez Dash —hablo viendola por el rabillo del ojo.

—Saldremos a almorzar las tres esta tarde, vístete bien ¿de acuerdo?... iremos a un lugar especial.

Bien —acepto aún desconfiada de su rara actitud—. Ahora sí me lo permites iré a darme una ducha, ¿alguna otra cosa que quieras decirme?

Niega.

—No, para nada...

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Coloco los pendientes en mi orejas como toque final a mi outfif; estoy lista.

—¡Brook, Kenzie, ya salgan! —grita la rubia desde fuera.

Salgo de mi habitación encontrándome con Brook, pues la suya esta al lado. Con sus manos hace un gesto refiriendose a Dash y su extraño apuro por salir.

—No tengo ni idea de que le ocurre —susurro.

—Por fin —se queja al vernos—. Salgan ya, vamos.

Las llaves del auto cuelgan en su mano, pido el elevador para bajar al sótano donde se halla el estacionamiento. Subir con ellas me tranquiliza, si algo llegara a pasar no estaría sola... como ayer con el chico del hospital.

Olvídalo , no volverás a verlo...

—¿Por qué tanto apuro Dash, perderemos la reservación o que?

—No se trata de eso Brook... ya lo verán —sonríe para "tranquilizarnos".

Nada de esto me da buena espina.

El trayecto en el auto es más ameno, cantamos a todo pulmón como ya es costumbre hacerlo, sin embargo ese mal presentimiento no me abandona... y se acrecenta aún más cuando nos detenemos frente a una estación de bomberos.

La posibilidad de un corazón rotoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora