𝐏𝐫𝐨́𝐥𝐨𝐠𝐨

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Nadie sabía algo sobre ella, ni su ciudad natal, su origen, ni cuál era su desayuno favorito

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Nadie sabía algo sobre ella, ni su ciudad natal, su origen, ni cuál era su desayuno favorito.

Tampoco sabíamos con certeza su edad o su apellido, o tan siquiera la razón por la que era tan unida a Erwin. Únicamente puedo hablar con firme convicción del día en que nos conocimos.

Aquel día aún no me solían decir Eren Jaeger, usaba mi nombre personal, el cual tuve que borrar de mis memorias y prohibirme su pronunciación.

Eran alrededor de las diez de la mañana cuando me hallaba en el metro, aquel lugar estaba, sorprendentemente, casi vacío. No obstante estaba parado, de esa manera podía mirar a mi alrededor con facilidad y detectar si alguien lograba reconocerme, aunque esto lo consideraba algo difícil ya que mi vestimenta lograba cubrirme parte del rostro.

Claro, era difícil de identificarme para cualquier otra persona que no fuese ella.

Se puso a un lado mío, completamente tranquila, como cualquier otra persona que tomara el metro para ir algún lugar de la ciudad.

—¿Me podrías decir la hora? —preguntó.

La miré unos segundos. Traía una blusa blanca con una sudadera negra encima, usaba jeans con botas oscuras y por último un abrigo de un tono claro, su cabellera castaña llegaba hasta la cintura, maquillaje ligero y ojos verdes. Era imposible que no robara miradas.

—No traigo reloj —contesté secamente— pero deben ser como las diez de la mañana.

—Gracias.

Reacomodó su bolso en el hombro y cruzó sus brazos mirando al frente.

Justó cuando logré dejar de prestarle atención pronunció algo que me dejó perplejo unos segundos.

—Para ser un prófugo luces bastante joven.

Sin pensarlo mucho saqué mi pistola y le apunté en su costado disimuladamente. Soltó un suspiro.

—Me sorprende que estés nervioso.

—¡No estoy nervioso! —exclamé en un susurro con el corazón latiendo frenético.

—Lo estás, sino, ya me hubieses disparado —contestó completamente confiada— pero que bueno que no lo hiciste, porque si lo hacías las personas de aquí se pondrían en pánico, llamarían a seguridad y solo tendrías tres minutos para poder escapar, lo cual no es para nada favorable debido a que la siguiente estación se encuentra a cuatro minutos y medio.

Tragué saliva mientras la miraba sorprendido, me quedé sin palabras, decidió mirarme a los ojos por primera vez.

—Solo vengo a salvarte el trasero y proponerte un negocio —mencionó seria— así que baja el arma.

—¿Salvarme? —pregunté incrédulo, bajé el arma y la guardé como ella me pidió.

—Tu amigo te va a traicionar. Llamó a la policía, te está preparando una trampa —encogió sus hombros— tal parece que la recompensa pudo más que su amistad.

—¿Por qué debería creerte?

—Porque ya no tienes nada que perder —me tensé ligeramente, pues parecía conocerme muy bien— y ando reclutando a personas como tú.

—¿Qué clase de negocio propones?

Sonrió, se acercó un poco mientras acomodaba su abrigo. En un susurro soltó:

—¿Qué tal te parece dos mil millones?

Y entonces hice lo mejor que pude hacer en momentos como esos.

Confíe en ella, hasta hoy en día.

Confíe en ella, hasta hoy en día

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𝐇𝐄𝐈𝐒𝐓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora