Las manos me sudaban, el corazón me palpitaba con fuerza, comprendí, mientras almorzábamos, que ese día perdería mi virginidad. También entendí que mi inclinación sexual era distinta a la de mis padres, que no quería formar una familia con una mujer y que posiblemente nunca tendría hijos. Tenía 16 años y no me arrepiento de lo que pasó esa tarde.