Κ ρ ί ν ο ι

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Κρίνοι (Krínoi)= Lirios.

Siempre entrenó para ser un bailarín perfecto. Siempre buscó dar lo mejor de sí para enorgullecer a su madre. Para que Sarah le mire, le acaricie la cabeza y le diga lo bien que lo ha hecho. Buscó la perfección a costa de todo. Buscó dar cada parte de sí mismo para convertirse en un bailarín nato. Para desafiar su tipo de cuerpo y volverlo grácil ante el recato y el cuidado de la bella melodía en su arte.

Quería ser el máximo orgullo de su madre. Quería verla siempre feliz. Steve siempre ha buscado por la felicidad del contrario. Le agradaba ver cómo la gente reía con facilidad. Él no podía hacerlo. Le costaba mucho reírse o hacer algo que fuera catalogado de común para los niños de su edad. No entendía qué pasaba con él, qué era lo que lo volvía tan diferente.

Recibía el desprecio de cualquiera. Nadie le hablaba en la escuela. Era tachado de un pecador. Y se lo llegó a preguntar al padre de la iglesia. Pidió una explicación a lo que es anormal dentro y fuera de él. Quería entender su cuerpo. Quería entender qué estaba bien y qué estaba mal. Quería saber por qué era llamado de tantas y tan feas maneras. Quería redimirse y hacer algo al respecto.

Lo que no entendía Steve es que él nunca fue culpable. No sabía que él era la víctima de las circunstancias. Que todos los que le apodaban lo hacían con vendas en los ojos y dedos que señalaron lo superficial. No se atreverían a ver más allá de eso porque eso sería ver el error de uno. Nadie quiere ver sus errores y, mucho menos, afrontar que en verdad uno había errado.

Steve era un simple niño. Un niño que debía ver y pensar como un adulto. Que tuvo que aprender a ser fuerte toda la vida. Que, con el paso de los años, le hicieron entender que no es nada útil más allá de ser un juguete sexual. Que, hasta que sea muy tarde, él comprendería que le quitaron la infancia con todo lo que le hicieron.

Con los desgastantes e interminables ensayos de bailes. Con las horas y horas de estudio y tareas. Con los trabajos manuales. Con su obediencia perfecta. Steve nunca fue un niño malo. Ni siquiera hubiera podido ser un niño de verdad. Eran tan pocos y tan contados los momentos donde fue inexplicablemente normal. Porque, en esos mismos instantes, le hicieron volver a lo que debía ser: un chico obediente.

Un niño que no le llevaba la contraria a nadie. Cuando lo intentaba se llevaba terribles castigos. Llegó a vivir encerrado en el sótano de su casa. Su padre lo metía ahí, entre la peste, la humedad y el frío, gritándole por que se comporte. Lo dejaba días encerrado, con sólo agua y un pan seco para alimentarse. Sin cobijas y sin cuidado. Llegó, por supuesto, el momento en que Steve desarrolló miedo a la oscuridad y a los lugares cerrados.

No le gustaban. No los toleraba.

Como en esos instantes. Tocando y golpeando la puerta con todas sus pequeñas fuerzas. Pidiendo perdón a sus padres por lo que sea haya hecho. Para que le dejen salir. Sus puños se fueron enrojeciendo por la fricción y los impactos con la madera vieja y robusta. Su garganta se fue desgastando. Sus ojos se ahogaban en sus lágrimas. Pedía, rogaba, lloraba para que le saquen de ahí. Prometía que sería un mejor niño, que ya no haría nada malo para ser castigado. Pero que, por amor a Dios, le saquen del cuarto oscuro.

Le daba miedo cuando su padre se enfurecía, le tomaba el brazo y lo arrastraba al sótano. Lo empujaba con fuerza y le pedía que fuera obediente. Que así nadie le haría daño.

"Obedece, Steve, ¡sólo obedece!"

Gritaba y gritaba sin parar a sus padres. Porque Steve quería salir. Quería ver la luz. No quería quedarse en el frío y oscuro sótano. Quería una vida normal. Quería que sus padres le saquen de ahí. Las manos, ¡las manos gigantes y duras lo tomarían! Lo atraparían. Las pesadillas se volverían sus amigas. Perdería más las ganas de hablar o de vivir.

La Jaula de las Locas |STONY|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora