θ ρ η σ κ ε ί α

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θρησκεία (thriskeía)= Religión.Advertencia: Se comienzan a tratar temas de Religión, principalmente Católica. Si eres parte de este culto, no quiero que tomes a pecho el presente capítulo. No busco criticar, sino fundamentar y hacer una exploración a fondo de la necesidad del humano por tener una religión. De antemano, gracias y sigamos.

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Steve abandonó La Jaula de las Locas y suspiró lleno de varias sensaciones que abruman con parsimonia su cabeza y alma. Miró al cielo y en sus ojos se pintó las imágenes de su señor Stark. De su toque, su lengua recorriendo su piel e indagando en su boca, de cada embiste, de cada caricia, susurro, gemido y sonrisa que le dedicó. La noche anterior Steve fue de la propiedad de ese empresario versátil y sensual.

Fue una noche dopada de caricias calientes, besos hechos de fuego y fluidos que no hacían, sino, que avivar la sed de saciar la lujuria más mortífera y profunda de sus lívidos. El bailarín pasó su mano por su cuello, acariciando con sus yemas el camino de besos tatuados que el Señor Stark dejó antes de abandonarle.

De cada ronda de sexo que le ha sido pagada. De cada sentimiento que hirvió dentro del cuerpo de Capitán. Y no sabía qué tan peligroso puede ser aquello; pero sabe que no debe dejarse ir más de lo que ya está haciendo. Habían límites: Steve reconoce los suyos propios. Y sabe que, aunque ya no tiene nada que perder, su orgullo se mantiene erguido como el pilar de su vida. De su ya muy rota vida.

Volvió sus ojos al horizonte normal de su mirar y comenzó a andar. Iría a comprar la despensa, ahora que posee la recompensa, dejaría todo en su departamento, tomaría una consciente ducha y se iría a hacer su quehacer sabatino antes de volver a trabajar. Fury, por más precaria o contraproducente que sea la situación, no perdona fallar con horarios o compensaciones ante los mismos. Steve lo comprende: es su trabajo. Y él debe de cumplir al suyo.

Pasó junto a una pequeña tienda de aparatos electrónicos recién abierta y entró a la misma. Tomó los primeros audífonos que encontró y esperó a que le cobren. El chico que atendía le miró con incomodidad y un sonrojo. Steve lo pudo ubicar: fue un cliente suyo que asistió a La Jaula de las Locas hace unas cuantas semanas para una despedida de soltero en la que él fue de invitado. Capitán le dio un privado porque era para lo único que le alcanzaba; más Steve posee una ávida memoria fotográfica y ese joven es el mismo que ahora le cobra por unos audífonos negros.

Dio el precio y Steve, con la mayor de las calmas y sin buscar hacer cualquier tipo de desorden, pagó, esperando su cambio. Cuando éste le fue entregado, junto con el ticket de compra y su producto, el blondo salió de ahí sin decir palabra alguna. Sabe reconocer la vergüenza y la incomodidad mejor que cualquier otro sentimiento. Y ese hombre deseaba que Steve no le hable o le diga algo sobre su aventura; y es lo que Capitán haría.

El único que habló fue el chico que le atendió. Steve no necesitó de pronunciar palabra alguna. No lo quería y no lo haría.

En tanto salió, abrió el paquete y tiró la basura en un cesto cercano de la banqueta, conectó el cable a su teléfono y reprodujo una de sus listas de reproducción favoritas. La música le inundó el campo auditivo de amena forma y siguió su caminar. El supermercado no está muy lejos.

Realizó sus compras con el volumen medianamente alto y la mirada medianamente baja. Escogiendo todo aquello que sea más barato y esencial para su subsistir. Pero, te preguntarás, curioso lector, ¿por qué de hacerlo si Steve acaba de recibir siete mil quinientos dólares por el servicio con el Señor Stark? Porque hay una respuesta más sencilla que aquella cuestión: necesita relegar la mayor cantidad de dinero que sea posible para ir liquidando aquella deuda.

La Jaula de las Locas |STONY|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora