Christmas

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Primera navidad juntos.

Una Anne de once años camina con emoción hacia el salón comunal de Avonlea, cargando una caja —que posiblemente la superaba en tamaño— llena de adornos para decorar el gran árbol que había sido donado por parte de la familia Barry para celebrar aquella ocasión.

Los nervios invadían el cuerpo de aquella pequeña de pecas y ojos azulinos como el mar, la cual, no podía ocultar su emoción. Era la primera vez que celebraba navidad con su nueva familia adoptiva.

Los Cuthbert se habían encargado de hacerla sentir amada desde el primer momento que llegó a Green Gables y no podía sentirse más agradecida por ello. Razón por la cual quería demostrar lo feliz y afortunada que era de tenerlos.

Depositó la enorme caja junto a la tarima del escenario que poseía el recinto, acercándose con una entusiasta sonrisa a su mejor amiga, Diana Barry.

—¡Al fin llegaste!— espeta la pelinegra, brindándole un abrazo a la pelirroja.— Te ves tan linda.

La chica de dos trenzas suelta un bufido.— Exageras, tú luces como toda una princesa, no, miento, luces como una reina. La reina de Avonlea.

Su mejor amiga soltó una melodiosa risa.— Me halagas, pero si hablamos de reinas, tú también lo eres.

—Pero reina de los huérfanos.— interrumpió la conversación de las dos pequeñas, el hermano de Jane Andrews, haciendo una mueca de burla hacia la pelirroja.

Odiaba con todas sus fuerzas que la trataran de esa forma, como si haber quedado huérfana fuese su culpa, como si aquel hecho la convirtiera en basura o les diera el derecho a los demás de maltratarla.

Así como también le molestaba que, por ser niña, hicieran que sus sentimientos y deseos valieran menos.

—Cállate, Billy.— dijo Diana, ya que Anne se había quedado muda, ensimismada en sus pensamientos y con la mirada agachada.

—Ay, lo siento, ¿ofendí a tu mascota?— murmuró el rubio, comenzando a dar ladridos de perro, mientras se acercaba más a la pequeña de pecas, que retrocedió asustada y cayó al suelo.

—¡Déjala en paz!— exclamó la pelinegra, con furia. Algunos niños empezaron a ver el espectáculo, pero ninguno tuvo la intención de entrometerse. A la joven Shirley se le pusieron los ojos llorosos, pues en aquel instante, todos los recuerdos de lo que vivió en el orfanato le llegaron de golpe.

Creía que esos malos ratos que tuvo cuando era más niña no se repetirían al estar finalmente con una familia, pero se equivocó.

Porque en el mundo, la maldad habita en cualquier lugar.

Al igual que la bondad.

Y aquello Anne pudo sentirlo cuando un Gilbert de trece años se acercó a ellos, tomando de la camisa al pequeño Andrews y empujándolo lejos de ella.

—¡Te dije que no volvieras a molestar a Anne, Billy!— expresa el pelinegro, furioso.

La valentía que había tenido el rubio al insultar a la ojiazul hace unos minutos, se había esfumado en cuestión de segundos.

Todo gracias a Gilbert Blythe.

—Sí, amigo, lo siento, yo no...

El pequeño de rizos lo detuvo, provocando una ola de escalofríos en aquel bravucón.— Conmigo no te tienes que disculpar, discúlpate con Anne.

Billy frunció el ceño.— Pero...

El enojo del chico Blythe se hizo presente en cada centímetro de su cuerpo, pero más en su mandíbula, la cual apretaba fuertemente.— Discúlpate con ella. Ahora.

Christmas | Shirbert.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora