04

419 97 47
                                    

Suspiró aliviado sobre su cama. Por fin un sábado sin compañía, sin niños que cuidar. Quería estar solo, pero eso era un arma de doble filo: podía disfrutar la tranquilidad de su habitación, como tener un sinfín de pensamientos acerca de ese hermoso rostro que no salía de su mente.

Sus dedos recorrían con rapidez la pantalla de su celular, destinando un mensaje a Yeosang, como estuvo haciendo por casi media hora. 

El almuerzo volvió a parecerle una tortura, más cuando tenía a su lado a San. Ese era su nuevo lugar en la mesa, asignado de forma discreta por la madre de Wooyoung. Tzuyu seguía buscando la forma de hacer que sepa relacionarse como una persona normal con el rubio. Estaba harto de ser forzado, sin importar que hablar con aquel chico era lo que más quería. No tenía el valor suficiente para verlo a la cara después de lo que pasó.

Desde que San lloró en su habitación y el pelinegro encontró al hermano de este en el pasillo, todo comenzó a ser desesperante. No sabía si exageraba, tampoco era de su importancia; él lo sentía así. 

No supo qué decir cuando, después de consolar a Jongho, se encontró con San y la madre de ambos. Las palabras dejaron de existir para él en aquel entonces. Fueron los segundos más incómodos de toda su vida, y vaya que tenía de esos segundos a diario. 

Borrar esa situación de su mente era complicado. 

Envió el mensaje a Yeosang y decidió ponerse de pie para ver por su ventana; necesitaba otra forma de distraerse. La mascota de San fue el primer ser vivo que divisó, jugando y rodando en el césped. 

—¿Wooyoung? —escuchó del otro lado de la puerta.

Sintió cómo su corazón palpitaba con mayor fuerza en aquel instante. No sabía siquiera cómo responder, ninguna palabra cruzaba su mente.

Fue a abrir la puerta mientras buscaba regularidad en su respiración. Su mano comenzó a temblar luego de tomar el pomo.

Y ahí estaba San, con ojos puestos en alguna parte del cuerpo contrario y a la vez, en la nada misma. Una leve sonrisa permitió que sus hoyuelos sean vistos a la perfección por Wooyoung. El pelo se veía increíblemente sedoso y bien cuidado, al igual que todo su cuerpo. 

—Siento molestarte, pero necesito hablar contigo —inició el menor. 

El pelinegro observó con rapidez el pasillo antes de responder. Sin notarlo, ya tenía sus dientes presionando en el propio labio inferior. 

La pregunta más recurrente que pasaba a diario por su cabeza había vuelto: 

¿Y si digo algo estúpido?  

—Pasa, por favor —se hizo a un lado, y ahí fue cuando se preguntó si debía ayudarlo en algo. Por suerte, San solo se quedó de pie luego de entrar a la habitación, quieto y con una expresión serena en su rostro.

Por el contrario, Wooyoung estaba siendo consumido por los frenéticos latidos de su corazón. Aclaró su garganta y el menor se movió un poco para quedar frente a frente.

—Wooyoung, yo… sé que no llevo aquí ni una semana y es difícil confiar en alguien en tan poco tiempo, pero creo que me evitas. 

El silencio incómodo se hizo presente mientras el pelinegro golpeaba mentalmente su cabeza. San, al no obtener respuesta, asimiló que sus sospechas eran ciertas.

—Perdóname. Siento muchísimo incomodarte en tu propia casa, nunca fue mi intención —aclaró con las comisuras de la boca hacia abajo—. Solo me gustaría saber la razón. 

Wooyoung no pudo responder a eso, otra vez. ¿Cómo podía responder con la verdad, que era tan estúpida, a su parecer?

Un suspiro que no vino de sus labios, y esa belleza increíble, estando tan cerca, hacían que sus nervios fueran al extremo. Se sentía avergonzado. Siempre era así, sin embargo, no era ni la mitad de lo que San provocaba.

rainbow ─ woosanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora