Prólogo

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Hey, debiste estar aquí hace tiempo... mira la hora, ¡Son más de las tres! — mm, esta bien. No te preocupes, también reserve un lugar para ti en la función. Trata de no hacer ruido, porque podrían notarte. Principalmente a él no le gusta ser descubierto, así que mantén una distancia considerable de su paranoia.

Ah, demonios. La cinta ya comenzó a rodar, llegamos tarde...— bueno, supongo que no hay problema con saltearnos el inicio de todo. ¡Me es más divertido así!, porque de todas formas, él volverá a hacerlo y tú lo podrás observar desestabilizarse. Si es que así lo deseas, por supuesto.

Por cierto, la ignorancia tiene su punto en esta historia. Ya sabes, las costumbres vestidas de comodísimo llevan extravagantes joyas atadas a su cuello, perfectas para embellecer el rincón de la conformidad. 

¡Te advertí que esto sucedería!, desde el momento que el filo se volvió dulce... — reprochó el instinto. La ignorancia lo silencia, no es tiempo de hablar de eso...

Proyección en blanco y negro, reflejada en un fondo de una ventana en Michigan, específicamente Detroit. El acromatismo de la primavera brotaba brea desde las alcantarillas. Es una tinta espesa que marca las huellas de quien pasara por allí, germinando plantas debajo de sus suelas, en cada paso dado o retrocedido. En las pantallas de led, la niebla florecida de pensamientos sobre nuestras cabezas, se hacían notar. Producto de las fábricas de historias propias. Humo tenue de la quema de anhelos, iniciado por la mínima chispa de nuestra resignación y condena.

Es algo rutinario, homogéneo, simple de percibir dentro del ventanal de las pupilas. Pero había algo que el lente de la cámara enfoco. Como una fotografía captada en el momento exacto, el patrón recto de un corte fino, profundo y preciso, vaciló en consecuencias esos labios.

¿Conservará, después de eso, su sabor metálico?, o... ¿Tal vez arrastrara la azúcar por los glóbulos rojos de la herida de su obsesión? — ruidosa, como siempre, la duda se cuestionó. No le prestes mucha atención, siempre se sienta detrás para hacerte titubear.  

¡Mira!, ahí está el dulce dentro de un horizonte rojizo, en ese rostro difuminado por el humo de su quinto cigarrillo del día. A plena luz del día, podía percibirse la hoguera de sus adicciones. Intentaba esconder el fuego detrás de la capucha conectada a su musculosa oscura. Las gotas de sudor se resbalaban con sutileza resultante de su entrenamiento feroz. De su boca, espirales de nicotina quemada danzaban por el aire húmedo. 

Tiro su cabeza hacía atrás, chocando sus mechones amargos contra las paredes exteriores del gimnasio. Ojos grisáceos contemplaban el cielo, conteniendo un bosque de recuerdos en el interior de su cristal. Similar a los de un felino, sus ojos se agrandaban con la mínima incitación de la vida al juego de las apuestas. Y quizás sea mi falta de sueño, pero me pareció haber escuchado un suspiro temblante... lo suficiente profundo para gritar el secreto que guardaba en el. 

La adrenalina goteó cada vez menos, y él podía sentir sus piernas temblar — Joder — levanto su mano al manto celeste resplandor, desenredando las vendas en sus puños. Gruño al ver sus nudillos astillados.

Otra vez perdió el control de su cuerpo.

Se reincorporó de su soporte, balanceándose a una postura recta que no tardo en encorvarse de nuevo. No se quedó mucho más que algunas pitadas, no tenía razón para hacerlo de todas formas. Así que cuando la noche se despertó en la colilla de ese cigarro. El detective descartó el filtro contra el asfalto. Reboto hasta los zapatos pulidos de alguien más, pero nadie reprochó. Porque, lógicamente, ninguna persona debería asomarse más de los centímetros de distancias establecidos por Gavin Reed y enfrentarse a él. Así que, con cobardía, solo formaban una mueca, mirándolo por debajo de sus barbillas.

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