Capítulo 2

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Después de aquel beso tan largo al frente del altar...

Como aquel hombre la tomaba de los hombros...

Como la unía a su boca sin remordimiento alguno...

No pude evitarlo.

Las náuseas se apoderaron de mi única estabilidad física, por lo que rápidamente salí de la iglesia.

El sabor del alcohol llegó a mis papilas gustativas. Genial, qué desagradable es cuando tu propio cuerpo estaba aún más corrompido por dentro. Una tos se apoderó de mi pecho al querer escupir el despreciable sabor junto al dolor despiadado que no me dejaba en paz.

Apoyé mi mano en la superficie de la pared, agaché el cuerpo con la intención de inclinar mi torso hacia adelante para regurgitar mis entrañas. No quería caer, no quería desmayarme, pero las náuseas bajaban mi presión sanguínea.

Recordé lo que un día me dijo el doctor: "Si no paras de beber, se te van a venir los años encima" Jum, sonreí estúpidamente ante tal advertencia en aquel momento porque, ciertamente, no le creí.

La cabeza me daba vueltas, y mi respiración se tornaba pesada.

Tomé el tiempo requerido que mi cuerpo necesitaba para estabilizarse, las manos me sudaban, era un extraño sudor frío característico. Respiré profundo, dejando mis brazos sobre mis piernas.

Una extraña sombra llamó mi atención -- No estaba muy seguro -- Alcé mi mirada y memoricé el rostro de una mujer que me observaba desde lejos.

Sus rasgos delicados y ceñidos me decían algo muy explícito: Le daba pena ver mi situación.

Su color de cabello era de un castaño claro, y su piel pálida contenían unos ojos de color café. La recuerdo muy bien porque llevaba una falda larga hasta las rodillas, una muy anticuada con un corpiño horrendo lleno de flores.

En ningún momento intentó ayudarme. No se acercó y tampoco me preguntó qué me sucedía.

A pesar de que estaba haciendo mi mayor esfuerzo para no sentirme miserable -- Más de lo que ya estaba -- No pude estar involucrado en una peor situación.

El escuchar de los aplausos de los invitados provenientes del interior del santuario religioso, se abrían paso por la entrada majestuosa para permitir la aparición de los recién casados.

Me hice a un lado, perdiéndome entre la multitud cuando el arroz picado que contenían las damas de honor era lanzado hacia la pareja.

Se supone que esa tradición indicaba alejar las malas vibras y energías que atentarán contra su unión.

Eso significaba que yo formaba parte de esa diminuta amenaza.

No pude evitar sentirme como el demonio en el cielo, la manzana podrida del cuento de hadas, donde el villano de la historia los veía agarrados de las manos mientras se regalaban besos de picos ante todos los invitados eufóricos que les tomaban fotos.

En este momento, reconocí mis instintos delictivos porque podría cometer un crimen si se me presentaba la oportunidad, pero si me permitía cometer un acto tan estúpido, estaría manchando más mi reputación ante los ojos de ella.

Cuando creí que mi vida estaba acabada, me levanté, e intenté buscar el rayito de la esperanza cuando observé fijamente sus hermosos ojos desde la distancia.

Deseaba que me viera.

Deseaba que ella se diera cuenta que su exesposo estaba aquí, observando su boda.

¿Hasta que el divorcio nos separe?  [Nejiten]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora