Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia

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Al medio día del día siguiente la rubia lucía en el anular izquierdo el anillo de compromiso que había pertenecido a Carla, el doctor Jaegüer se había dado a la tarea de informar a cuantos pudo para que corrieran la voz, pues más tarde ofrecería una pequeña comida para brindar por el compromiso de su único hijo; Christa no tenía que fingir felicidad, sería entendible si no sonreía mucho teniendo en cuenta la complicada situación legal de su padre, sin embargo se encontraba tranquila, estaba a salvo y pronto quedaría libre para seguir su vida lejos de Reiner y de aquel lugar.

— ¿Sería extraño si paso a saludar a Ymir? — Cuestionó la rubia paseando con el castaño del brazo.

—No, no lo sería, puedes hacer lo que tu quieras, sabes que acepté ayudarte para seguirle la pista a Reiner, y no tengo otra intención.

—Confío completamente en ti, así que tengo que decirte toda la verdad, planeo dejar el pueblo con Ymir, aún no he pensado del todo como podemos salir los tres sin que la gente haga preguntas, pero si se cuándo, en unos días planea irse, por lo que deberíamos sincronizar el día que vayamos a buscar ese supuesto terreno. -- La mujer miró a todos lados. -- Te contaré todo lo que se sobre Reiner, y lo que mi padre me ha dicho antes que se lo llevaran.

Los dos se alejaron charlando como haría cualquier pareja que acaba de comprometerse, se sentaron en una de las bancas fuera de la iglesia a continuar con la conversación, la cual parecía estimulante para el chico, estaba tan atento que no notaron el tiempo; para cuando se dieron cuenta la hora del brindis estaba cerca.

Habían comenzado a llegar las cosas del alcalde interino por lo que la joven decidió ir por sus caballos antes de que le impidieran hacerlo.

Apenas saludó a las personas que estaban ahí, algunas los felicitaban y ambos sonreían y agradecían por sus buenos deseos, se llevaron los mejores caballos que aún conservaban, dos jóvenes y fuertes ejemplares que aguantarían el viaje hasta Salem, uno era para ella, el otro para Ymir, puesto que Eren tenía su propio caballo y montura.

Dejaron los caballos detrás de la casa del doctor Jaegüer y volvieron al frente, el lugar ya estaba arreglado, una larga mesa con algunos invitados estaba aposentada fuera de la casa con botellas de vino ordenadas de aquí allá, las copas y algunos cuencos con comida, era natural que no muchos hubieran acudido al entusiasta llamado del médico, después de todo ella seguía siendo Christa y no le inspiraba simpatía a casi nadie, por supuesto no le sorprendió ver a Ymir quien se acercó a abrazarla con el rostro lleno de confusión.

—¿A qué estás jugando? — Susurró con un deje de enojo.

—Ahora no, más tarde, más tarde te contaré todo. — Susurró de vuelta la ojiazul.

El brindis transcurrió con toda normalidad, sin demasiado barullo, lo que si debía reconocerse era lo real que Grisha hacía parecer todo aquello, hablaba de la ceremonia religiosa, de nietos y de lo feliz que Carla debía de estar desde el paraíso.

Una vez despidieron a los invitados Christa se acercó a Ymir que había estado sentada junto a la ''feliz pareja'' pero con quien no había podido cruzar más que unas cuantas palabras.

—Si me das dos minutos te acompañaré. — La morena asintió mientras la otra volvía sobre sus pasos hacia Eren.

—Querido ¿Te molesta si paso la noche en casa de Ymir? Tenemos mucho que planear, el vestido, los invitados, la fecha de la ceremonia, el ramo. — Aún había personas alrededor por lo que Eren le tomó las manos para besarla.

—Claro que no me molesta, en realidad me agrada la idea de que no dejes de pensar como sorprenderme el día de la boda ¿Quieren que las escolte?

Si me voy antes que tuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora