Bienaventurados los que lloran

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Las llevaron a celdas separadas, o al menos es lo que Christa pensaba, alrededor del mediodía la reja de su celda se abrió y entre dos guardias lanzaron al interior a la morena, le habían atado las muñecas por detrás con una soga, tenía el cabello y la ropa mojada y se percibían golpes en sus brazos y rostro.

La rubia observó la escena preocupada.

— Tu — Llamó uno de los guardias apuntando a la pequeña Christa. — Camina —

La ojiazul abrió los ojos asustada ¿Qué le esperaba?

— No, no se atrevan a tocarla — Protestó la morena desde el suelo, quien recibió a cambio una patada en las costillas que la dejó sin aliento y quejándose en el piso de la celda, impotente viendo como llevaban a la mujer que amaban a recibir el mismo destino que el suyo.

¿Por qué aceptó su ayuda? Si la hubiese ignorado tal vez ella estaría muerta, pero Christa seguiría a salvo, maldijo aquel desafortunado día, y los que le siguieron llenos de paz y de promesas e ilusiones que no habían sido hechos para personas como ella, si existía un Dios ¿Por qué había permitido aquello? ¿No era bueno, misericordioso y generoso? Nunca lo fue con ella, ni con Christa, ni lo hacía ahora, ¿Por qué no se apiadaba por lo menos del sufrimiento de la rubia? Ymir no pedía más, no le importaba ser salvada, porque esa nunca fue una opción para ella, pero Christa... Ella era tan buena y tenía una fe ciega ¿Por qué no volvía sus ojos y le evitaba aquel sufrimiento?

Aún escuchaba a lo lejos las pisadas de los guardias y a Christa tratando de resistirse de entrar a la ''habitación'' se giró para quedar de espaldas y aminorar el dolor que sentía en las costillas, una terrible idea, pues enseguida su peso le hizo doler ahí donde le faltaban uñas, ensimismada como estaba, tardó unos instantes en notar los pies que se habían parado fuera de su celda, levantó la mirada y al ver de quien se trataba sintió alivio, tal vez aún había una solución.

— Ymir ¿Dónde está Christa? —Se trataba de Eren, la castaña solo negó y volvió a girarse para tratar de arrodillarse

— Cómo entraste? — Susurró la castaña con esfuerzo.

— Me dejaron hablar con Christa porque le deben algunos favores a mi padre, no creo que me dejen mucho tiempo solo, fue una feliz coincidencia, el guardia estaba solo como para seguirme.

— Se la llevaron. — Aseguró con voz pausada — Quieren hacernos confesar, quieren que diga que es una bruja o que yo lo soy...

La castaña levantó la mirada anegada en lágrimas, había tomado una decisión y era ahora o nunca.

— Eren... escúchame, no tengo más opción que confiar en ti — Tragó saliva para continuar hablando claro, aunque las lágrimas habían comenzado a desbordarse de sus ojos — Tienes que sacarla de aquí, y llevártela lejos de este pueblo o él nunca la dejará en paz. Cuídala por mí y mantenla a salvo

— ¿Qué está...s? — El hombre comenzaba a entender sus intenciones. — Tu, no...

— Eren, yo la amo ¿Lo comprendes? Pero yo no... es por eso que no puedo permitir que le hagan daño, voy a confesar, no soy una bruja, pero si no les doy lo que quieren... Prométeme que la llevarás lejos y podré morir tranquila.

El chico estaba en shock por aquella declaración, pero terminó asintiendo, decidido.

— Lo comprendo, te lo prometo, me haré cargo de ella e iremos a un lugar seguro.

La castaña dejó fluir el llanto agradecida y aliviada, pues al menos por una vez su vida o su muerte tendría un propósito.

— ¿Podrías decirle una última cosa por mí, Eren?

Si me voy antes que tuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora