Bienaventurados los misericordiosos

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— Ave María Purísima.

— Sin pecado concebido — La rubia estaba arrodillada en el confesionario, cubierto el cabello con el velo. — Perdóneme padre porque he pecado.

— Cuéntame tus pecados hija.

— He mentido, muchas veces, a mucha gente, a mi padre, a la servidumbre y a unos vecinos... Y robé comida de mi casa para darla a otra persona

— Pero eso no es robar, es caridad ¿Por qué mentiste?

— Para ayudar a una desconocida en necesidad, estaba sola y herida

— No debes mentir bajo ningún supuesto, pero ayudar a los necesitados es una virtud. Sin embargo, debes honrar a tu padre, no lo olvides. Como penitencia rezarás dos rosarios diarios por siete días. — El hombre hizo la señal de la cruz. — Te absuelvo de todos tus pecados. Ve en paz.

Había pasado una semana desde la llegada de Ymir al pueblo, Christa la estuvo evitado un día completo, y entre sus tantos pensamientos le surgió la necesidad de confesarse, la mañana posterior a su reunión nocturna había despertado abrazada a ella, extremadamente cerca, no supo que tan inapropiado era, (en un principio no se lo pareció) hasta que fue emboscada por Reiner y este comenzó a portarse raro.La acusó de sostener una relación homosexual con la recién llegada, ella lo negó con total naturalidad.

Apenas un día atrás la rubia se atrevió a contarle a su nueva amiga, sin embargo esta se empezó a portar extraña, desdeñosa y hasta agresiva.

— ¿Tienes un minuto? — La forastera la arribó al salir del templo tomándola del brazo. Caminaba con la ayuda de un bastón y estaba mucho mejor, razón por la que no se sintió culpable de dejarla sola.

— ¿Ya vas a dejar de portarte como una desquiciada? — Se sinceró la mujer.

— Lamento que me vieras en ese estado... Acompáñame a casa, aquí no puedo hablar, tengo nuevas cosas que contarte. — La rubia lo ponderó un momento y asintió, de todas formas había planeado ir a verle.

La mañana estaba helada y dentro de la pequeña cabaña crepitaba la hoguera dando el delicioso olor de la madera. Estaba vez fue Ymir la que preparó café y se lo ofreció a la otra.

— ¿Qué es eso tan importante que me tienes que decir? — No es que estuviera molesta, ni siquiera la acusación de Reiner logró enojarla ¿Por qué si no era cierto? No le veía otra lógica a sus palabras que los celos de verla pasar el tiempo con alguien que no era él.

Sacó del bolso que cargaba una servilleta que estaba bordando y se puso a su labor mientras la morena se armaba de valor para hablar.

— Espero que esto no haga que te alejes de mí... Ni siquiera lo pienses, quédate a pesar de lo que soy. — La menor dejó la tela a un lado y le prestó mayor atención. ¿Lo que es? ¿Las acusaciones de brujería son ciertas? No emitió ningún juicio, permaneció callada. — ¿Te han contado sobre el matrimonio? Entre un hombre y una mujer, y la felicidad que trae por ser el par perfecto... Pues, a mí no... Yo, no me gustan los hombres Christa, no se lo digas a nadie, si se los dices moriré, por eso huyo s Salem, para salvarme el cuello y empezar de nuevo.

La ojiazul se quedó de piedra, una cosa eran las falsas acusaciones y otra muy distinta es que fuera real. Tragó saliva sin saber qué hacer, buscó la mirada de la morena y luego la rehuyó. No debió aceptar ir.

—¿Cómo lo sabes? — Fue lo único que atinó a decir. — Podrías estar equivocada ¿no?

— No necesito una fórmula, siempre fue así, lo supe, como se que las estrellas y la luna salen de noche, eso es lo que soy Christa. Y tal vez tu también eres así.

Si me voy antes que tuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora