The Purge ⚠Bill Skarsgård, Andy Biersack & Gwen⚠

Caza.

Los chicos caminaban por las calles, miraban a todos los que asesinaban y eran asesinados. El terror corría por el sistema nervioso de Bill, el odio por el de Andy y el rencor por la pequeña mujer llamada Gwen.

—Estamos cerca, ya va a salir —Andy miraba molesto cómo asesinaban a un niño. Por un momento cerró los ojos y negó con la cabeza.
"menuda mierda que tenemos que ver" pensó mentalmente. Se sentía asqueado.

Se dirigió hacia el asesino y le cortó las manos.
—Un niño no se toca, maldito enfermo —dijo y en seguida le cortó la cabeza de un solo corte.

Bill y Gwen miraban atentos, ninguno soportaba ver que maltrataran a un niño y sabían cómo reaccionaba Andy ante ciertas situaciones.

Desde lo sucedido con Henry, los tres se volvieron susceptibles con el tema de los niños, cada año en las depuraciones solían protegerlos y aunque este año vinieran con una misión, lo seguirían haciendo.

—Andy, amor —Gwen acarició su nuca al abrazarlo, el tatuado no había reaccionado así por años. Al instante, la rubia sintió como el cuerpo de él se tensaba.

—Lo se —suspiró—. Vamos, antes de que salga —le dio un beso rápido en la frente y le dio una mirada rápida a Bill. Éste asintió.

Gwen les entregó todas las armas que tenía a la vista, y se metió al callejón.

—Por favor, que alguien me ayude.

Gwen inició el lloriqueo y el lamento.

Unos pasos se escucharon cerca de ella, Andy y Bill se escondieron y esperaron.
Estaba funcionando.

—¿Estás bien? ¿estás herida?
Un muchacho se arrodilló frente a ella.
Gwen se tiró al piso y fingió llorar.

—Permíteme ayudarte, vamos a escondernos a mi casa —le tendió la mano.

Gwen rió.
La mayoría del tiempo no aguantaba más de cinco minutos sin reír y sentir que estaba haciendo un gran trabajo. Un trabajo que en otros tiempos se hubiera ganado un Oscar.

El chico la observó y se dio cuenta de que se trataba. Su cuerpo tembló, él sabía que hasta ahí llegaba su aventura.

—No lo hagas —pidió negando una y otra vez con los ojos bien abiertos, sin pestañear en ningún momento.

—Ojo por ojo —lo miró seria.

—Diente por diente —dijeron Andy y Bill saliendo de su escondite.

—Nunca les he hecho nada —intentó defenderse.

Los tres rieron sin conmoverse por sus palabras.

—Mataste a nuestro hijo y solo por la orden de una mujer sin sentimientos, sin corazón... Una mujer que no se preocupa mas que por ella misma. ¿Realmente vale la pena follartela? —habló Andy con los dientes apretados. Podía estar molesto hasta la médula espinal pero eso no significaba que dejara de lado los modales.

El chico no lo entendía, su expresión facial lo decía todo.
Bill le dio un golpe con el palo de su hacha en parte trasera de la cabeza y sostuvo a Andy que iba cegado a cortarle la cabeza.

—Alto ahí, verdugo —le dijo a Andy en broma con una sonrisa pequeña—. Cazaremos a uno por uno, los haremos sufrir, los haremos tener miedo, los haremos sentir de la misma manera que hicieron sentir a Henry cuando lo desaparecieron.

Andy y Gwen lo miraron en silencio.
Deseaban escuchar más.

—¿Recuerdan cuántos eran? —preguntó.

—Diez.

—Vamos contando entonces —ordenó a sus compañeros. Se humedeció los labios—. Nueve... —agarró bien el hacha— Ocho... —apretó los dedos en ella— Siete... —miró al chico con una amplia sonrisa, como si fuese un guasón.

—Seis... —se le unió la muchacha que seguía en el piso mirando sus zapatos— Cinco... —miró sus uñas.

—Cuatro... —continuó Andy sujetando el mentón del chico haciendo que lo mirara directamente a los ojos— Tres... —con su mano derecha le agarró la mandíbula y se la movió como si él hubiera dicho el número.

—Dos... —volvió el conteo a Bill.
El chico comenzó a llorar por la presión que le estaban poniendo, no sabía que le iba a pasar. Toda idea recorrió su mente; desde cortarle un dedo hasta partirlo por la mitad como en las películas—. Vamos muchacho, no llores como un maldita niña pequeña que lo que te voy a hacer será mínimo porque tu delito ha sido mínimo. Imaginate que le sucederá al resto.

El chico lloró sin parar, se dejó caer al piso en sollozos y de su pantalón se pudo apreciar como la orina dejaba su cuerpo para caer directo al pavimento.

—Uno... —siguió contando.

Lo golpeó en la nuca dejándolo inconsciente.
—Hay que llevarlo a la camioneta e ir por los que faltan —ordenó.

El daño psicológico era mejor que físico.