4. Temo por la integridad de mi taladro

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a r i z o n a

Me asustaba lo enganchados que estábamos todos a las redes sociales. Y me incluía. Llevaba una semana sin tocar mucho Instagram y Twitter, que eran las redes que más usaba, y me sentía bastante agobiada y vacía. Era una absoluta mierda sentirse así solo por las redes sociales. Era un vicio del que debía desengancharme. Mi felicidad y bienestar no podía depender Instagram, joder.

Decidí desinstalar Instagram de mi móvil para no caer en la tentación y me prometí a mí misma no entrar en mi cuenta en un mes. La desintoxicación empezaba definitivamente. Twitter lo dejaría porque, total, solo lo usaba para ver las noticias de cada día y los salseos de internet. Eso no era un vicio malo, ¿no?

Llegado el sábado, mi hermano y los chicos tenían partido fuera así que se fueron de la ciudad sobre las siete de la mañana. Yo me quedé sola y tranquila en casa. No solía cruzarme mucho con los chicos pues teníamos horarios bastante diferentes entre sus entrenos, prácticas y clases.

Mientras revisaba mi correo electrónico, vi que hacía unos minutos la profesora de redacción había mandado un correo en el que pedía voluntarios para encargarse de la sección deportiva del diario de la universidad. No dudé en apuntarme como voluntaria al ver que se convalidaba la asignatura de redacción.

Me dediqué la mañana a mí por completo: relajación en la bañera, mascarillas faciales y capilares, pedicura, depilación... La mejor mañana del año, sin duda alguna. Cuando estuve totalmente limpia y lista, me vestí con un culotte que usaba para correr los veranos y una sudadera ancha que me cubriera el culotte. Para no pasar ni un poco de frío, me puse unos calcetines altos hasta las rodillas de color negros y en los pies las zapatillas de pelo blancas de siempre.

Tocaba cambiar la mirilla de la puerta de casa.

Se había roto hacía dos días y los chicos no la habían cambiado aún, y eso que teníamos la mirilla nueva en casa. Antes de nada, me puse a ver un vídeo en YouTube para recordad cómo se cambiaba.

«Bah, más sencillo que hacerme las uñas acrílicas yo sola en casa.»

Fui hacia la puerta de la entrada, la abrí y comencé a desenroscar la mirilla, la cual ya estaba suelta pues estaba rota. Cuando vi que la nueva no cabía, solté un gruñido frustrada. Entré de nuevo en casa, dejando la puerta entornada, y me puse a buscar un taladro como una loca. Ni rastro de un taladro. ¿Quién no tiene un taladro en casa?

Fui de nuevo hacia la puerta para darme por vencida pero entonces vi la puerta de enfrente y se me ocurrió que podría pedirles un taladro a ellos. Total, ya conocía a Hunter y me llevaba medianamente mejor con Loyd. Llamé a su timbre sin dudar mucho o al final me arrepentiría.

La puerta se abrió y apareció un Hunter sin camiseta. Dios mío, qué chico.

―Hola, bombón.

―Hola, Hunter. ¿Por casualidad no tendréis un talado? Con brocas gruesas a poder ser.

Él sonrió con picardía y aún tardé unos segundos en pillarlo. Eché mi cabeza hacia atrás.

―Por Dios ―murmuré haciéndole reír―, no lo digas.

―Bueno, no lo diré. ―Rio. Echó su cuerpo hacia atrás―. Loyd, ¿dónde está el taladro?

―Mm... Creo que en el armario bajo de la despensa.

―Ve a por él.

―¿Por qué?

―Porque la vecina/enfermera necesita un taladro. Con brocas gruesas ―acabó diciendo con picardía. Yo le golpeé el pecho y sonreí divertida.

LOYD © (DISPONIBLE EN AMAZON)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora