2. ¿Quieres sal?

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L o y d

Ver a Arizona Morris en el mismo ascensor que yo me provocó varias cosas: disgusto, porque no me apetecía mucho aguantar a otro pijo en el edificio además de los tres inútiles que teníamos enfrente; diversión, porque intentaba no tocar las cosas con sus uñas recién hechas; y por último y la más importante, sentí una erección casi instantánea.

Vamos a ver, ¿por qué? ¿POR QUÉ?

Una tía que se preocupaba más por su aspecto físico que por absolutamente todo lo demás, que miraba por encima del hombro a la gente que no llevaba corbata o un bolso de Prada, que probablemente no había leído un libro en su vida más que las revistas de VOGUE...

¿Cómo podía provocarme una erección de forma tan inmediata? No me entraba en la cabeza.

Es que encima se había mudado con su hermano, lo que me faltaba. Se podría haber quedado en Los Ángeles.

Estoy seguro que si tuviésemos de nuevo diecisiete años, las cosas serían distintas. Probablemente hubiese intentado tener algo con Arizona para hacer rabiar a su hermano, como tanto me gustaba. Pero ya no era un crío, mejor mantener el pene dentro de los pantalones y las manos en los bolsillos. Ni ella debía moverse de su lado de edificio, ni yo del mío.

Estábamos ya a domingo, eso significaba que seguramente me encontraría con Arizona el día siguiente en la uni. No teníamos por qué encontrarnos en una situación normal, pero dado que ambos estudiábamos periodismo, seguramente coincidiríamos en alguna de las asignaturas. Dios me libre, pero sabía que no correría la suerte que deseaba.

Llegué al edificio en el que vivía desde el semestre pasado después de ir a correr por la mañana y fui hacia el ascensor. Pulsé el número diez y, tal y como el otro día ocurrió, alguien metió su brazo para que la puerta no se cerraba. Reconocía esa mano. Suspiré viendo como Arizona entraba en él.

Parecía otra Arizona. Vestía unos leggins negros que evité a toda costa mirar demasiado y un top deportivo a conjunto. Su pelo estaba amarrado en una coleta alta, no llevaba ninguno de los accesorios que solía llevar e iba un poco sudada y con la cara algo roja.

―Vaya por Dios ―dijo ella mientras le daba también al número diez.

Inútilmente porque ya le había dado yo. Las puertas se cerraron.

―Eso mismo digo yo.

―Mira ―dijo girándose hacia mí. Mis ojos se desviaron inconscientemente hacia dónde no debían pero rápidamente miré los suyos―, tú no me gustas y yo no te gusto. Lo mejor que podemos hacer es llevarnos como los vecinos que somos.

―Ya lo hacemos. ¿Quieres sal?

Rodó los ojos, haciendo así una mueca bastante tierna. No, tierna no. Por supuesto que no.

―No, solo no quiero que nos tiremos los trastos a la cabeza como Quentin y tú soléis hacer.

―¿Hay alguna razón en especial para que quieras llevarte bien conmigo? No eres mi tipo, si lo que quieres es algo conmigo.

―¿Cómo voy a querer algo contigo? ―Bufó―. No quiero llevarme mal con nadie, solo es eso.

Las puertas del ascensor se abrieron y salimos de allí. Nos quedamos quietos delante de nuestras respectivas puertas.

―Ignorémonos, eso no es llevarse mal ―dije encogiéndome de hombros.

―Me parece bien ―respondió abriendo la puerta de su apartamento―. Pero antes de nada, dile a la persona que tenga la habitación con la ventana a la calle Shields que separe el cabecero de la pared cuando vaya a practicar sexo. Mi habitación está al lado y lo escucho todo. Absolutamente todo.

LOYD © (DISPONIBLE EN AMAZON)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora