Capítulo 16

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Dariel estaba en una oficina del segundo piso del Cúbito de entrenamiento en la aldea de la familia Rosenfire. Un cuarto tradicional pintado de colores crema y beige, y adornado con madera en todas las intersecciones de paneles que hacían por paredes, además del marco de la puerta, el suelo y el techo, que también estaban hechos del mismo material. Un escritorio sencillo estaba colocado en la pared al lado de la puerta, y frente a este, dos sillas, en una de ellas él se encontraba sentado.

Todo el sitio era propiedad del encargado del orden moral de la familia, el cual era un hombre de unos cincuenta y cinco años llamado Gion. Después de lo ocurrido con Al, él había quedado inconsciente, despertando horas después, ya siendo de noche completamente. La espada le indicó que debía ir a descansar ya que a la mañana siguiente Gion querría hablar con él seriamente. Así que, aquí estaba, a las ocho de la mañana, mirando desde su asiento el hermoso cielo azul del sur de Hazengard, se podía percibir una gran paz en el ambiente, y las avecillas cantaban al igual que los niños reían jugando en la explanada frente al edificio.

– ¿Dariel? – musitó Al, quien venía entrando, usando un traje blanco que se ataba en la cintura con una cinta azul, y unos pantalones anchos del mismo tipo de tela de la parte superior.

– Al... ¿también a ti te citaron? – preguntó Dariel mirándolo seriamente, pero con serenidad.

– Sí, algo así – afirmó Al, sentándose en la silla al lado de Dariel – Gion me envió una nota, al parecer está molesto por la pelea de ayer – explicó.

– No me sorprendería... – murmuró Dariel, acomodándose mejor, mientras tocaba el pomo de Incandescencia Dorada, la cual llevaba envainada colgando de un cinturón atado a su cadera.

– Buenos días – saludó Gion, entrando con calma. Era un tipo alto, de tez bronceada, fuerte, y de espalda ancha, su cabello era negro, aunque ya denotaba algunas canas, y sus ojos eran color verde oliva – Me alegra que por lo menos no hayan olvidado el valor de la puntualidad – añadió, sentándose en la silla grande detrás del escritorio. Iba vestido igual que Al, pero con pantalones negros.

– Eso no se olvida, no es un concepto que deba memorizarse, sino un hábito que se adquiere con el tiempo y la práctica – dijo Dariel, citando en voz alta las palabras que había usado su padre para definir la puntualidad cuando él era un niño.

– Muy cierto Dariel... Supongo que ambos ya saben por qué están aquí – comentó Gion, mirando primero a uno y luego al otro con suma seriedad.

– ¿Fue por lo de ayer? – preguntó Al solo para asegurarse.

– Sí. Una pelea en el Cúbito entre el Hijo del Fuego actual y el hijo del anterior, ¿se dan cuenta de que pudieron haber incendiado todo el edificio? – inquirió Gion, frunciendo el ceño profundamente. De hecho, era curioso que los hijos del fuego hubiesen construido el edificio de entrenamiento a base de madera y hormigón, de seguro así se aseguraban de controlarse.

– Realmente no pensamos en eso, pero por suerte, no pasó – dijo Dariel sonando levemente conciliador.

– ¿Y en qué sí estaban pensando? ¿En matarse? Al, ¿sabes que, de no haber sido por la intervención de Incandescencia Dorada, justo ahora serías un asesino? – cuestionó Gion mirando aun con más enfado a Al, de forma que él solo pudo mirar hacia el suelo en silencio – De acuerdo, me alegra que todo saliera bien, pero va en contra de las reglas armar un duelo como ese de un momento a otro, ¡y con público! ¡¿Se dan cuenta de que cualquiera pudo haber salido gravemente herido por culpa de ese encuentro?!

– Lo lamentamos, realmente no ocurrirá de nuevo – musitó Dariel con voz tranquila, aunque levemente avergonzado.

– ¡Por supuesto que no ocurrirá de nuevo! La espada te eligió al fin, parece que tu estadía en Delerif surtió sus efectos... Sin embargo, ¿por qué deseabas tanto poseerla? – preguntó Gion, pasando del enfado al análisis.

Hijos del DestinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora