Día 6

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Por fin había llegado el día.

Sus primeros juegos olímpicos.

En 2016 tuvo que verlos por televisión mientras repartía con su bicicleta cuando estuvo en Brasil. Tuvo que aguantar ver a Kageyama hacer unos buenos saques as en sus partidos y como evolucionaba mientras que él tenía que volver a partir de cero.

¡Pero este año era diferente! En muchos sentidos.

2020 fue un año de mierda. Literal. Ese debía de haber sido su gran debut en el equipo nacional, portando su magnífico y característico número diez en su camisa junto a su apellido para que el mundo supiese quien era. Pero no. Al mundo se le dio la gana de sacar un bichito que te infecta hasta la muerte jodiendo así, su gran debut.

Pero al fin. Había llegado su momento. Él, Hinata Shouyo, iba con su uniforme nacional de Japón -junto con una mascarilla con la bandera en una esquina por seguridad- como muchos otros compatriotas deportistas caminando por el Estadio Olímpico de Tokio.

Ellos al ser el país anfitrión iban en cabeza con Kageyama como el abanderado. Hasta en eso tenía suerte. ¿Por qué tuvo que ser el pelinegro? Se notaba su cara seria hasta con la mascarilla puesta. Si hubiese sido él el abanderado, habría sonreído hasta que le doliesen las mejillas.

El mundo entero debía de saber que no eran tan serios. Y bakayama contribuía a que pensaran en ello.

—¿Qué tal tus primeros juegos Shouyo-kun?

—Oh... Miya-san.

Sintió alivio de que el mayor no pudiese notar su sonrisa nerviosa tras la mascarilla.

—Estoy emocionado aunque no hayamos jugado todavía.

—Entiendo ese sentimiento.

Aunque llevase la mascarilla puesta, él podía ver por las arrugas que se formaban en las esquinas de sus ojos que le estaba regalando una sonrisa.

Llevó un mechón largo de pelo tras su oreja y centró la mirada lejos del rubio.

No estaba bien hacerse ilusiones con Atsumu. No cuando su hilo estaba conectado a otra persona que no era él. Debían de mantener una buena relación como compañeros de equipo. Solamente eso.

No soportaría una ruptura como la que tuvo con Kageyama en su último año de preparatoria. ¿Que por ello se fue a Brasil?... Una de las tantas razones por las que se fue. Aunque huir no era la solución, vivir aquellos últimos tres meses en completa incomodidad con el pelinegro fue hasta cierto punto asfixiante.

Instintivamente llevó su mirada al meñique de Kageyama, y ahí estaba. El hilo que los unía en la preparatoria y que de un día para otro se acabó tensando y rompiendo, completamente restaurado y unido, increíblemente, a su senpai.

Nishinoya.

Miró su propio meñique y se acarició donde estaba su hilo. Era de color rojo oscuro que llegaba hasta su muñeca y parecía que empezaba a deshilacharse. Y le asustaba. Esas leyendas de que tu hilo conectado a la persona que el destino te elige; que se enreda y tensa pero que nunca se rompe, es una mentira.

Su hilo se unió con Kageyama cuando lo volvió a ver en Karasuno. No lo quiso creer pero fue cierto. Tan cierto que se rompió y vio como se iba uniendo junto al de Nishinoya. Personas como él, con un hilo roto, tenían quince años para buscar a su alma gemela con la que su hilo se rehiciese antes de que dejase de existir para siempre.

Sino lo hacían, esas personas nunca podrían encontrar el amor de nuevo y morirían solas viendo a las demás personas viviendo felices.

Una vez, conoció a una persona con el mismo don que él. Y fue quien le contó de dicha historia. En su vida, había podido ver como un par de personas nunca volvían a unir su lazo con el de alguien más quedando siempre solas.

AtsuHina Week 2021Donde viven las historias. Descúbrelo ahora