Capítulo 4

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Ririka Momobami

Había oído que la princesa de Silfos era una niñata con aires de grandeza, demasiado aficionada a las fiestas, pero nunca imaginé que fuese así. Está claro por qué las cosas son como son en el reino: porque existe gente como kiwatari o como ella. Resoplo. Pobre Silfos. Si esa muchacha sube al trono alguna vez, temo por el país. Como si ella pudiera salvar a alguien, de hecho, cuando la he desarmado y obligado a acatar mi voluntad tan fácilmente.

Me decido a no dedicarle ni un pensamiento más. No oigo pasos tras de mí, así que deduzco que ha desistido en su empeño de pegarse a mis talones ( o a mi trasero, teniendo en cuenta la fuerza con la que lo agarró en el callejón). Supongo que volará llorando al castillo en cuanto se le ensucie la ropa o alguien la asalte. No le quedaría otra que regresar con su padre lloriqueando como una niña: Oh injusticia, el mundo no me ha dejado ser una heroina, con lo maravillosa que soy, con lo bien que se me da todo...

Estoy valorando seriamente la opción cuando choco contra una pared frente a mí. Dejo escapar un gruñido, llevándome una mano a la cara, dolorida. Palpo delante de mí, en la oscuridad, y descubro que hay un montón de piedras apiladas. Supongo que es el final del pasadizo.

Un estremecimiento recorre mi espalda.

El principio de mi vida.

Con rapidez empiezo a quitar piedras. Una más es una menos de alejarme de ese dichoso reino. Pronto veo la luz de la luna iluminando la noche y, unas pocas piedras después, estoy fuera. Descubro que la salida da a una cueva, en medio de una arboleda oscura que cruza un río. El sonido del agua y el crujir de las ramas me parece la mejor melodía que he escuchado en mucho tiempo. Un búho ulula a lo lejos.

Casi tengo ganas de sonreír. Ahora decido yo.

Le dedico un último pensamiento a la ciudad, dónde nací y crecí, dónde perdí todo lo que una vez tenía. La ciudad que no me va a volver a ver, nunca más.

Me acomodo el zurrón y doy los primeros pasos hacia delante.

Apenas he avanzado unos metros cuando oigo la voz:

- Disculpad, señorita, ¿ seríais tan amable de decirme en qué reino estoy?

Doy un respingo. Frunzo el ceño y vuelvo la vista alrededor. En un acto reflejo, mis dedos se acomodan a la empuñadura de la daga.

- Abajo. Justo delante de vuestros pies.

Parpadeo y bajo la vista. Ante mí hay una silueta oscura y muy pequeña... Me acuclillo para verla más de cerca y abro la boca con incredulidad.

-¡ Caray eres igual que ella!

Me quedo estupefacta. ¿La rana me acaba de hablar?

-¿ Una rana que habla?- susurro.

Hay un croac en respuesta, pero también palabras humanas que lo acompañan cuando da un saltito en el suelo.

- No soy una rana. Soy una hechicera.

Oh bueno. Supongo que eso explica algo más las cosas.

...No, no explica nada.

-¿ Y qué haces con el cuerpo de una rana?- pregunto, extendiendo un brazo hacia el animal... o persona. La rana se posa sobre mi mano de un salto y yo me levanto.

-He tenido... problemas mágicos, digamos.

-¿ Problemas mágicos? Si eres una hechicera podrás deshacerlos, ¿no?

-Bueeeeeno, la magia es un elemento caprichoso...

¿ Qué se supone que és? Tiene voz de chica, algo aniñada. Pero es una rana. ¿ A las ranas se les trata por femenino o por masculino?

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