Capítulo 12

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   Ririka Momobami

Mary se desmaya en algún momento del camino hasta el nuevo poblado y yo estoy a punto de tener varios ataques al corazón en el tiempo que tarda la hechicera en aparecer para llamar a alguna posada. Me tacho de idiota cien veces o más por permitirme preocuparme tanto por esa estúpida con ideas de heroína. Para colmo, le ha salido bien. Si vive para contarlo estará repitiendo su hazaña hasta el día en el que las dos muramos. Es más, nos separaremos y me llegarán cartas suyas una vez al mes diciendo: "Eh, plebeya, ¿recuerdas cuando maté a aquella mantícora? Fue increíble".

Quiero que viva sólo para poder matarla con mis propias manos.

Runa intenta que me tranquilice mientras doy vueltas en la sala común.

Al fin, tras una tardanza eterna, un hombre entra en la posada y se identifica como el curandero. Le canto las cuarenta mientras la princesa sigue durmiendo.

Maldita Mary Saotome. Siempre he sido una mujer tranquila.

Voy a matarla de verdad.

Cuando entramos en el cuarto, ella sigue en la misma posición: le hemos quitado la camisa y vendado su herida como hemos podido, aparte de dejar un paño fresco en su mente. Runa le dio una poción para calmar el dolor, aunque no sé si ha funcionado, porque sigue inconsciente e igual de pálida.

Espero sentada en el borde de la cama. Entre mis manos juego con la bolsa de mis ahorros. Me he tenido que desprender de algunos para poder pagar. Estúpida Mary. ¿Cómo se atreve a dejarse herir? Ahora tengo que gastarme el dinero en ella. Eso es, estoy enfadada y preocupada por mis ahorros, no por ella.

No me lo creo ni yo. Ni siquiera me importaría darle la bolsa entera a ese dichoso sanador si así me asegurase de que la princesa volviera a abrir los ojos.

Son las primeras personas en años que son buenas conmigo. Incluso si la princesa es una imbécil integral.

Ahora que me tranquilizo me siento cansada y dolorida. Puedo sentir el escozor en mi espalda. Mi vestido está abierto y sé que las heridas piden atención, producto de las garras de ese bicho. Sopeso el saco de monedas. Son solo rasguños. Ahora tendré que comprarme algo de ropa.

- Se recuperará.

Doy un respingo y alzo la vista. La herida de su hombro ha sido cerrada, aunque ha dejado tras de sí una fea cicatriz.

- Habéis tenido suerte de que no le clavase el aguijón. Que descanse esta noche. Está fuera de peligro.

Está a punto de irse cuando le detengo.

- No sois un maestro, ¿verdad?- se me ocurre preguntar.

- Si fuera un Maestro, no me ganaría al vida trabajando como sanador por unas monedas; daría clase en la Torre.

Asiento de nuevo y agacho la cabeza.

La puerta se cierra.

- Estás deseando deshacerte de nosotros, ¿eh...?

Me giro tan rápido que mi espalda cruje. Mary tiene una sonrisa burlona cruzando su cara.

- Es cierto, en todos mis años nunca había estado en tantas situaciones capaces de acabar con mi vida en un lapso de tiempo tan breve.

Mary-san cierra los ojos. Yo mantengo la ansiedad que me obligaría a decirle que los mantuviese abiertos para tranquilizarme. Sé que está curada y fuera de peligro, pero no soporto no verla completamente despejada.

- ¿No te parece que eso es...?- susurra.- No, da igual.

¿La princesa que siempre cree llevar la razón autocorrigiéndose? Oh, sin duda esto es interesante.

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