Pesadillas

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Draco sintió cómo cada una de sus terminaciones nerviosas empezaron a ceder ante el hechizo, haciendo que su fuerza de voluntad quedara enterrada en lo más profundo de su ser, luchando, sin aliento, por emerger e imponerse a un poder que lo superaba con creces y que lo hacía sentirse perdido en el vacío.

—Draco, levántate —habló la voz siseada, a la que, muy a su pesar, obedeció—. Es hora de que hagas tu trabajo.

—Mi señor —contestó agachando la cabeza que parecía a punto de estallar. Su yo interior gritando desesperado.

—Tráela ante mí —indicó Voldemort con una sonrisa malévola extendiéndose por su cara de serpiente—. Veremos si la sangre sucia es igual de valiente cuando esté en frente de tu señor.

—Debes empezar por ganarte su confianza, Draco —dijo Bellatrix—. Así será más fácil que te hagas a ella sin que sus amigos lo sospechen. Ya imagino el golpe que lograremos darles.

—¿Cómo puedo conseguir eso? Recién estamos empezando a superar el pasado.

—Es sencillo, tienes el encanto natural de los Black —agregó su tía, sonriendo de la misma forma macabra en que lo había hecho Voldemort antes—. Debes hacer que se enamore de ti. No creo que sea difícil.

—No me decepciones esta vez, muchacho —dijo Voldemort—. No quiero tener que recordarte lo que le pasa a aquellos que no cumplen mis órdenes.

Draco se despertó con una opresión en el pecho que estaba impidiéndole respirar de manera adecuada. La garganta se le había secado y le dolía como si hubiera estado gritando sin parar y eso le hizo pensar que aquella pesadilla había sido más real que en otras ocasiones.

¿Por qué Voldemort no lo dejaba en paz, aún después de haber muerto?

Todos y cada uno de los personajes de sus pesadillas yacían varios metros bajo tierra y seguía teniéndolos presentes en su vida como si todavía pudieran ejercer algún control sobre él. Parecía que así era y eso le preocupaba sobremanera. Los demonios de una persona normalmente tenían rostros conocidos, pero los suyos no solo eran demasiado familiares, sino que, además, cumplían perfectamente con su función de atormentarlo.

El reloj marcaba las tres de la mañana exactamente y Draco se obligó a levantarse de la cama e ir hasta la cocina de su pequeño departamento a beber un poco de agua. Hubiera podido conjurar un aguamenti, pero se sentía demasiado cansado para hacer magia y le pareció que era mejor idea hacer que sus entumidos músculos se estiraran, pues las piernas le dolían, mientras su espalda parecía estar cargando una tonelada a cuestas.

Aquello estaba convirtiéndose en un problema de proporciones mayores que amenazaba con acabar con él si no le prestaba atención.

Draco se apoyó en la encimera y se llevó el vaso de cristal a la boca. El líquido refrescó su garganta y aclaró sus ideas haciendo que volviera a reproducir las imágenes en su cabeza, llegando a la parte que más le producía curiosidad; su tía Bellatrix le había dicho que debía enamorar a Hermione Granger. Esto, más que preocuparlo, lo contrariaba, pues bien decían algunos de sus compañeros en sus charlas matutinas, que los sueños (o las pesadillas, para el caso) solían reflejar los temores o los deseos ocultos de las personas.

Pero era absurdo, más porque Bellatrix le había pedido que enamorara a Hermione Granger.

¿En qué cabeza loca cabía eso?

Con ese último pensamiento, se obligó a volver a su habitación y a intentar dormir un poco, pues le esperaba un largo turno de consultas al siguiente día.

Healer MalfoyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora